¿Nos sorprende que la Semana Santa de Madrid haya sido “invadida” por las formas y sentires sevillanos? Esta respuesta daría para un libro entero (de esos que tanto me gusta escribir a mí sobre nuestras cofradías y su historia). Efectivamente y rotundamente sí, diría yo en la respuesta, y añadiría que gracias a Dios. El formato de Semana Santa hispalense, en todo su concepto, ha sido importado (sin que nadie quisiera adrede exportarlo desde la capital andaluza) por la práctica totalidad del territorio nacional, de norte a sur y de este a oeste. ¿No somos conscientes? Entonces tenemos un problema si esto nos sorprende. ¿Esto es bueno? Sería una pregunta fácil de responder. Qué duda cabe que si alguien posee tradiciones autóctonas en su responsabilidad está el deber mantenerlas y potenciarlas, pero si no fuera así más vale quitarse el olor a naftalina, el mal gusto muchas veces confundido con un pseudo estilo “castellano” y empezar a construir o inventar una Semana Santa, como hizo Madrid hace treinta años. Gracias a ello, y no a otra cosa, tenemos hoy lo que tenemos; gracias al esfuerzo de muchos nombres propios y también gracias a este estilo hispalense de entender una hermandad en el sentido más extenso de la palabra. Madrid, por desgracia, no cuenta con una tradición de peso que se pierda en los siglos en cuanto a una estética fraguada, por lo que ha tenido que reinventarse y mezclar su eclecticismo en donde claramente predomina el estilo andaluz y sevillano.
Desde la fundación en 1940 de la Hermandad del Gran Poder y la Macarena, hasta la más reciente de las Tres Caídas, y pasando por las creaciones de hermandades como los Gitanos o los Estudiantes, todo ha sido un guiño descarado, y muy positivo, hacia la Semana Santa de Sevilla, si bien otras corporaciones han ido igualmente acercándose de manera más o menos tímida. Ejemplos miles: cortejos, marchas procesionales, túnicas de nazareno, argot, talleres para bordados y orfebrerías, cultos, manera de llevar los pasos,… Fijémonos en lo tanto que admiramos al mundo cofrade sevillano que hasta la fotografía de portada de esta querida web, son las manos del Señor del Gran Poder, o hasta en la manera que puso de moda este que escribe de denominar al Cristo de Medinaceli como “El Señor de Madrid” (nada original por mi parte), cuando es una terminología claramente sacada del entorno cofrade sevillano. ¿Les suena el Señor de Valladolid? ¿Y el Señor de Valencia o de Teruel? A que no!!

Pero vamos que, como decía, no solo Madrid sucumbe a este estilo cuya influencia alcanza cotas casi dogmáticas. Vean la Semana Santa de Elche, de Oviedo, de Ciudad Real y hasta en algunos puntos la de Valladolid, y comprobarán hasta donde llega el espejismo.
¿Sacar un paso por cualquier motivo? ¿Le parece poco una disposición pastoral del obispo? ¿Le parece poco que se quiera celebrar el mes misionero establecido por la Santa Sede de esta manera? Yo como cofrade me siento distinguido y afortunado de que nuestro carisma sirva para esto y para mucho más. ¡Nadie recuerda el impulso que se le dio al mundo cofrade desde la JMJ de 2011, cuando participaron pasos de la Semana Santa española en un Vía Crucis presidido por S.S.?
Si alguien piensa que lo que únicamente conmemoraba la procesión del Cristo de Medinaceli el pasado día cinco eran los ochenta años de su llegada a Madrid tras la Guerra Civil, se equivoca y se sesga en su pensamiento asimismo. Si la Archicofradía lo hubiera querido celebrar así, estoy seguro que lo hubiera hecho en mayo, que era su fecha, o hubiera esperado a una cifra conmemorativa más señalada (25, 50, 75, 100…).
Verdaderamente no sabría contestar en cuánto se gana poniendo a nuestras imágenes en la calle, aunque lo que sí tengo claro es que a muchas personas les hace bien en múltiples sentidos y, desde luego, a nadie de los presentes a su paso, debería de incordiar ya que es un acto de asistencia voluntaria.
Calificar a una salida extraordinaria como “parque de atracciones para frikis del incienso” me resulta una descripción cierta pero tremendamente sesgada y con mucha falta de contenido y conocimiento. Delante de un paso, ya sea en Semana Santa o fuera de ella, siempre estarán (porque caben) los frikis, los devotos y piadosos, los que solo lo ven con ojos artísticos o estéticos, los que creen y los que no creen, los que votan a un partido político y a otro, los gays y los heterosexuales, los nacionales y los internacionales, los blancos, los negros y los amarillos…
Las hermandades son por naturaleza Iglesia y, según las reglas que ellas mismas redactan y piden que se les aprueben, se deben al Obispo de su diócesis, por lo que cada cual sabe a qué “juega” si quiere formar parte de este contexto.
En este sentido, lo que yo vi, leí y escuché del público no fueron para nada palabras de cansancio por este tipo de procesiones si bien, hay que reconocer que Medinaceli ha sido de las últimas hermandades en organizar una procesión extraordinaria, pues casi todas las hermandades de Madrid han llevado a cabo la suya en los últimos años, y así espero, confío y aplaudo adelantadamente haga igualmente la Hermandad de los Gitanos por su vigésimo quinto aniversario fundacional.
¿De verdad creemos que la labor evangelizadora de una cofradía se lleva a cabo solo en los altares? La función primera de una cofradía es salir a la calle, mediante unas formas que le son singulares, únicas y propias. Ese es el fin, junto a los cultos, que se esgrime históricamente en la fundación de una cofradía. Términos como formación, asistencia social y evangelización son procesos y dedicaciones acuñadas contemporáneamente, que están muy bien, pero que realmente (en la mayoría de los casos) constituyen elementos justificativos por los que una cofradía tiene que pasar, y de hecho pasa, para salvaguardar el qué dirán. ¿Esto es malo? No, porque una cofradía es lo que es. ¿Se le pide a un seminario que se ponga un capirote o Cáritas que salga en procesión? Imagino que no, y no por eso son menos eficientes ni descuidan su objeto, ni son infieles a su naturaleza. ¿Una operación kilo es obra social? Bueno… lo aceptamos como un grano de arena en una playa, pero en la mayoría de los casos con cierto grado de hipocresía. ¿Unos cursos de formación en un grupo en donde no participa ni el 1% de la nómina de la hermandad es hablar de formación en la corporación? Venga… lo aceptamos pero muy vagamente.
Cambiando el tercio, se hace referencia al riesgo de pasar de la fe y la religión al floklore. ¿Desde cuándo estuvo separado? Leamos el gran libro de Antonio Burgos “El folklore de las cofradías…” y veremos cuánta razón hay. Por desgracia, sí por desgracia, mucho se banaliza a la Semana Santa y mucho se ha secularizado en las últimas décadas, pero, por favor, no caigamos en la tentación de que, hasta los mismos integrantes de las hermandades, queramos convertirlas en seminarios o en ONG´s por muchos méritos que atesoren estas instituciones.
Y finalmente, ¿qué maldad existe en vestir un traje en una procesión?? Querríamos, seguramente, volver a años pasados no muy lejanos en donde en Madrid a las imágenes y al Santísimo se les acompañaba en vaqueros y zapatillas de deporte. No es una cuestión de clases, sino de muestra de respeto, como cuando se va a una boda como invitado o a un funeral… ¿La vara y la medalla? Faltaría más; son signos como lo son el báculo en el Obispo o el bastón de un Alcalde.
Efectivamente, estoy de acuerdo en el examen de conciencia propuesto, pero para todos individualmente y en todos los órdenes de la vida, lejos de juicios, fariseísmos, engreimientos y falsedades. Aun así, siempre nos quedará el consuelo de seguir dando ejemplo haciendo nuestra aquella máxima de San Pablo “…y lanzad sobre sus cabezas carbones ardientes de caridad…”
Enrique Guevara Pérez
