Con esta premisa, hace unos días me enviaron un pequeño texto por si lo quería publicar, con la «condición sine qua non» que fuese de forma anónima. La respuesta obviamente fue no. Pero, trata a los demás como quieres que te traten. No puedo sin más desperdiciarlo y en lugar de obviarlo, tras leerlo varias veces, la verdad es que cualquier nazareno, como yo me considero, podría firmar este texto, así que, con autorización del legitimo propietario al que llamaré «El Nazareno» seré yo quien se responsabilice de su contenido, haciéndolo mio.
ESTA ES HOY MI PENITENCIA
Morados miércoles de santas capas blancas y inhiestos capirotes, de ordenadas filas de luz que iluminan nuestra particular Vía Dolorosa. Se arremolinan en las calles una multitud que nos mira absorta. Pese al gentío, abrumador y variopinto, el recogimiento es sublime.
Quieto, inmóvil nazareno soy, en medio de una calle habituada a la hostilidad de las prisas, al impersonal urbanita que las puebla y al ruidoso devenir diario capitalino. Hoy todo eso cambia, desaparece, se torna benévolo y deja paso al silencio, a la calma y mesura, para que nos podamos envolver en la soledad de los pensamientos más personales, más íntimos, en busca de la esencia misma de nuestras creencias.
El suave terciopelo que acaricia mi cara, me lleva a una mezcla de paz y agobio difícilmente descriptible, siendo este y en este caso, el mejor escudo para apartarme de la masa que nos contempla asombrada. Gentes desconocidas que escudriñan e intentan fotografiar móvil en mano nuestro anonimato y que no se si entienden algo de lo que ven, si les alcanza para que esta catequesis callejera les muestre el camino, la verdad y la vida.
Cada uno lleva las cosas como quiere o puede; yo lo hago en mi verdad, en mi penitencia del sofoco, no pudiendo ver, al llevarlo a mis espaldas, la cara morena que más me gusta, cobrando así las cosas todo el sentido. Esta es hoy mi penitencia.
Escucho a lo lejos el golpeo de un martillo y la voz quebrada de un noble capataz. Dejo que la emoción recargada durante un año de larga espera invada mi alma. Suenan los primeros aplausos que no son para mí, pero que siento como propios.
Y se hace la gloria visible y se encogen los corazones más duros. Es un instante precioso y preciso, estamos en la calle de nuevo.
gitana, mi lirio cale,
que al calvario vas!,
de Dios,
Dios ten piedad de mi.
y sangre padre Jesús,
a tu pueblo,
de verde en una fragua y fuego,
brioso y valiente levantan todos tus costaleros,
mientras al fondo clavan las cornetas lamentos al cielo…..»