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A mi madre, quien me enseñó a quererla.
Empezaba a hacer frío pues hacía algunas horas que había caído el sol; su madre le colocó la rebequita a juego con el vestido de estreno de Domingo de Ramos. Luchaba contra sus ojos y su cansancio, al final de esa hilera de nazarenos blancos estaba Ella… Podía escuchar cada vez más cerca la banda de música mientras su padre le decía que ya estaban los ciriales en la esquina de la calle a la vez que cogía su pequeña mano y caminaban en busca del palio. A cada pequeño paso que iba dando dejaba de estar cansada, sus ojos cada vez estaban más abiertos y su corazón se aceleraba. Por fin pudo verla, caminando lentamente, llevada con mimo, elegancia, envuelta en blancura y luminosidad a pesar de la noche oscura, con toda la candelería encendida dándole halo de majestuosidad. Sonó el llamador y el paso puso los cuatro zancos en el suelo. En ese momento mamá la cogió en brazos y se colocaron en la misma delantera del palio, muy cerquita del respiradero.
– Mírala, ¿a qué viene guapa?. ¿Ves esa ramita de olivo que lleva en su mano?
– Sí mamá
– Se la trajo el Niño Jesús. Es de un olivo de Jaén y Ella la lleva porque fue un regalo del Señor y es el símbolo de Su Nombre.

Durante esa conversación la niña no podía apartar su mirada de la Virgen; ya no tenía frío, ni sueño… con sus ojos muy abiertos no dejaba de observar cada detalle de la Imagen, el tiempo se había detenido… miró los ojos de la Señora, cerró los suyos y suspiró.
Tras ese breve pero intenso suspiro volví a abrir mis ojos y era como si no hubieran transcurrido tantos años desde que mi madre me contaba esa historia. Estaba en la delantera de Su paso de palio un nuevo Domingo de Ramos y, como cuando niña, no sentía la fría brisa de la noche ni me dolían mis pies de los tacones de estreno… éramos Ella y yo en el barrio; ambas acabando un intenso Domingo de Palmas de 2019 tras habernos encontrado varias veces por las calles de Sevilla. Se respiraba Porvenir y el aire olía a azahar de cada uno de los naranjos que florecen en primavera para perfumarla cuando sale radiante en su blanco palio. ¡Quién me iba a decir que ese momento iba a ser el recuerdo anhelado pues no sabemos cuándo se volverá a repetir!
Pero María Santísima de la Paz siempre está, nos espera en ese rincón de Su altar para ampararnos al acercarnos a Ella. Cuando te adentras en la pequeña Capilla Sacramental de la Parroquia de San Sebastián Su mirada te envuelve con la dulzura de una Madre que espera la visita, la conversación, que le cuentes tus penas y alegrías, le gusta escucharte y parece que sonríe mostrándote Su protección y cariño.

Al acercarte a Ella tus ojos se centran en Su mirada, llena de dolor, desconsuelo y serenidad… tan sólo tres lágrimas resbalan por Sus mejillas marcando ese sollozo que empieza a atisbarse en Su boca. Sí, porque Su boca también llora. Sólo hay que fijarse bien para darse cuenta que el lado derecho de Su labio superior, algo más elevado, va insinuando el sollozo que empieza a dibujarse pareciendo que ni siquiera puede respirar, le duele el aliento, por eso Ella llora, sí, Ella llora hasta con la boca… al hilo de esto parece que estoy pegada a la radio escuchando la voz del eterno capataz Manolo Santiago mientras hacía la primera llamá del paso de palio y les decía a sus hombres, a esos Legionarios del Porvenir: “Y vamos a pasearla por Sevilla, a ver si conseguimos que sonría ¡Qué ya está bien de tanto llorar!”.
Siempre delante de Ella me gusta ver Sus delicadas manos, la derecha cubierta con un pañuelo y la izquierda sosteniendo esa rama de olivo símbolo de Su Nombre. En ese preciso instante en el que observo esa ramita mi mente evoca esos Domingos de Ramos. No tengo que cerrar mis ojos para verla en el Parque delante de la Plaza de España, con la alegría del sol del medio día mientras suspira la Torre Sur porque la “Niña del Parque” se va del barrio por unas horas y ha podido ver su bello rostro a través de su palio de malla. Y allí en esa pequeña Capilla añoras y anhelas ese momento, en el que la Señora llena de blancura el sueño de Aníbal González y piensas que parece que el insigne arquitecto diseñó esa impresionante plaza únicamente para Ella, para que se llenara de niños riendo en una alegre tarde dejando paso a la vuelta de la cofradía, cuando la luna envuelve Su belleza enmarcada por la dos Torres gemelas de mi Sevilla que lloran porque ya se va adentrando en el barrio y tardarán en volver a verla.

Y ya en el barrio, en Su barrio, en mi Porvenir, en ese barrio que formó parte de mi vida adolescente, de mis anhelos, sueños, ilusiones… en esta Capilla, mientras la miro, la veo llegar y me sigue llenando de Paz mientras se vienen a mi cabeza las mismas palabras que le digo una y otra vez cuando ya me quedo tranquila de que estemos otra vez en el Porvenir: “Ya de nuevo en tu barrio, Madre, y sonríe tu llorar, la cera te hace morena, la luna traspasa el palio quiere con su luz llegar hasta tu cara, ¿Qué te han dado a Ti Señora que más guapa vienes ya? amor, respeto, compañía, lealtad, ilusión, entrega, fidelidad, sonrisas de muchos niños…”
Sea mi saeta este canto, mi plegaria sin cantar, para pedirte una y mil veces Tu Paz,
Elena del Rocío Romero Peralta
