LAS FIESTAS DE LA SIEMBRA: DE SAN ANTÓN A SANTA ÁGUEDA, AL BORDE DE LA EXTINCIÓN por juanjo Granizo

No habían llegado los camellos de sus Majestades los Reyes al portal de Belén y ya circulaban por las redes sociales unos simpáticos mensajes con la borriquita preguntando si ya se tenía que subir al paso.

Me refiero a la borriquita de la Entrada Triunfal en Jerusalén, no piensen mal, que no estoy hablando de ninguna persona.

Me lo voy a tomar a broma, porque el asunto no da para más. Pero aunque algunos les pueda el ansia, hay que decir que fuera de la Semana Santa también hay vida cofrade.

Es un signo de los tiempos, no un problema de los “semanasanteros”.

Pasa la Navidad y ya tenemos la ropa de primavera en las tiendas, así que si necesitamos una chaqueta que abrigue ya no habrá tienda que la venda.

Hace unos años, no se veía un traje de gitana en un escaparate hasta que no desaparecían los capirotes de las calles. Ahora no es así.

Los belenes que antiguamente se abrían la noche de Nochebuena y se desmontaban después de las candelas (de 24 de diciembre al 2 de febrero) han adelantado sus fechas de apertura al puente de la Inmaculada y a duras penas llegan enteros al día de Reyes.

Lo mismo nos pasa en Semana Santa, que para algunos se acaba el Viernes Santo.

Es que cada año parece que el mundo quiere ir más deprisa y se anticipan los acontecimientos de tal manera que cuando llegan, ya están amortizados.

Es triste no saber disfrutar del momento porque por el camino nos estamos perdiendo muchas cosas interesantes.

Una de ellas es esta época del año entre finales de enero y los primeros días de febrero.

Cerrado el tiempo litúrgico de la Navidad con el Bautismo del Señor empieza un ciclo de fiestas que empieza con San Antonio Abad, sigue con San Sebastián, La Candelaria, San Blas y que llega hasta Santa Águeda el 5 de febrero.

Son fiestas que se pierden en la noche de los tiempos relacionadas con la siembra de invierno o las matanzas y que fueron cristianizadas por la Iglesia cuando esta religión sustituyó progresivamente al paganismo.

La voraz secularización de las costumbres, unido a esa inherente incapacidad de Madrid para conservar sus rancias tradiciones nos han hecho perder casi todas estas celebraciones.

En la capital solo sobrevive la bendición de los animales de la Iglesia de San Antonio y en muchos pueblos, aguantan a duras penas gracias al esfuerzo de una minoría romántica, que a veces son vistos como se pueden ver los indios en una reserva: una folklórica colección de pueblerinos haciendo “sus cosas”.

No hace tantos años que en Madrid y en sus pueblos las hermandades celebraban este ciclo invernal, cada uno con sus respectivos santos y santas, sus peculiaridades y sus tradiciones, algunas tan curiosas como la de vestirse de animales o recorrer las calles con cencerros.

Ahora resulta que nos resulta aldeano disfrazarnos de cabra pero nos parece muy moderno hacerlo de vampiro el día de Halloween.

Hemos caído en una absurda globalización. Y con la pérdida de lo que es nuestro, lo único que hemos conseguido es perder riqueza cultural y religiosa.

Nos podrá parecer rústico celebrar el rito de la cosecha, pero al fin y al cabo, la Semana Santa es la cristianización de la llegada de la primavera, que viene a ser igual de campestre, si lo vemos desde esta perspectiva antropológica.

Y si nos paramos a pensarlo bien, nuestra Semana Santa, en Madrid, sufre males parecidos a las fiestas de este ciclo invernal.

Porque en Madrid capital, llegado el Viernes de Dolores, esta imponente ciudad llena de vida y actividad se desangra por sus carreteras y cuando empiezan las procesiones se quedan a mantener las tradiciones una folklórica colección de pueblerinos haciendo “sus cosas”, ataviados ahora con unos extraños ropajes.

Si no fuera así, en Madrid no habría solo 13 hermandades procesionando en el centro con unos pocos miles de nazarenos…habría al menos medio centenar de cofradías y Dios sabe la de capirotes que inundarían nuestras calles.

Si lo miramos bien, todas las hermandades, tenemos los mismos males.

Y por eso debemos trabajar juntos.

Juanjo Granizo.

 

La imagen que ilustra el artículo es  de la  Hermandad del Glorioso San Sebastián de Pozuelo de Alarcón

 

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