LA VIRGEN DEL CARMEN Y NUESTRAS ABUELAS por Oscar Costa Román

    Estamos ya en el mes de julio, mes carmelitano.

    Para cerrar el ciclo dedicado a los costaleros, he pedido a uno de los de Nuestra Señora del Carmen, que escriba para la web.  Y lo hace mi gran amigo y mejor persona Óscar Costa Román.

   Sigo diciendo que no existen las causalidades. Que en el año 2010, que yo, con mi Hermandad de los Gitanos recalara en el madrileña parroquia de El Carmen, tampoco lo ha sido.

   Siempre conocí la gran devoción de mi abuela paterna por la Virgen del Carmen, lo que no sabia y descubrí por casualidad hace unos meses, es que en los años treinta del siglo pasado, ella fue una frecuente visitante de nuestro templo.

    Y resulta que le pido a Óscar que nos hable del Carmen y me habla de la gran devoción de su abuela por el Carmelo. Nada es casualidad.

    Conocí a Óscar siendo andero de Nuestra Señora de los Siete Dolores, pero hoy nos cuenta su primera experiencia como costalero bajo las trabajaderas de Nuestra Madre y Señora la Virgen del Carmen.

  Óscar de corazón, muy agradecido. 

Nuestra Señora del Carmen 2016. Foto Rodolfo Robledo.

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FESTIVIDAD DEL CARMEN

15 de mayo de 2016, un día muy señalado en el calendario madrileño ya que se celebra el patrón de nuestra ciudad. Desgraciadamente, el día 15 de mayo, una estrella más comenzó a lucir en el cielo y nada podía hacer por ella. Mi abuela siempre fue una mujer muy devota de la Virgen del Carmen, por lo cual y a modo de homenaje, le pedí a D. Julio Cabrera, poder formar parte de su fantástica cuadrilla de costaleros.

  En junio se nos convoca para hacer la igualá y con nervios ya que nunca había participado como costalero en una procesión, acudo a la noble cita y quedo abrumado por la cantidad de costaleros que se han dado cita en la Casa de Hermandad. Siempre en la compañía de D. César Castañón, D. David Naranjo, al que aún le debo una faja, y D. Carlos Elipe, buenos amigos todos ellos, escucho atentamente las palabras del Sr. Capataz.

  Comienzan los días de ensayos, entre los que destaco aquel en el que mi madrina de costal, Dña. Begoña Santos, asiste al ensayo y no paro de recordar las palabras que solo unos días antes me había dicho: En el cielo se abre un agujerito para que quienes no están puedan vernos los días que procesionamos desde un balcón. Bien grabadas se me quedaron esas palabras.

  Y así, es como llegamos al “día de autos”. Somos citados en la Casa de Hermandad para ser igualados y repartir el trabajo. Con un calor digno de la festividad de la Virgen del Carmen, me meto debajo del paso: para mi orgullo he tenido la suerte, de poder sacar a la señora por la puerta de su santa casa. Con la mirada al cielo, solo pienso en ese balcón desde el que noto sus ojos clavados en mí y una sonrisa de orgullo asoma en sus labios. Y así, raseando salimos por la puerta embargados por la emoción del momento y es que quien está debajo de un paso, no es porque se aburriera en su casa y lo que quiere es tocar palo tanto como sea posible.

Nuestra Señora del Carmen 2016.    Foto Rodolfo Robledo.

Poco a poco y “comiendo adoquines” como dice esa fantástica voz de paso encarnada en D. Juan Ignacio Migens, aquella que prometió librar del purgatorio a todos aquellos que portasen su escapulario en vida, avanza por las calles más céntricas de Madrid. A mitad de la procesión, ha llegado el momento de descansar: el calor debajo del paso es muy grande y aunque no quiero, otro compañero también tiene que trabajar. Al salir, encuentro a mi madre, llorando por la emoción de recordar a su propia madre, la abrazo y nos apartamos: la patrona de los marineros está paseando ante el pueblo de Madrid.

  Vuelvo a entrar debajo del paso, tengo la enorme fortuna de no solo hacer salida sino también entrada y a la llegada a la rampa, escucho como el Sr. Morena dice “preparados que aquí vienen los kilos, vamos esos valientes que nos sobra el coraje” y apretando los dientes, toda los que conformamos la cuadrilla, nos ponemos más rectos que en ningún momento de la procesión para que la Virgen entre con la solemnidad que solo ella merece. Y así, hincados a kilos pero no por ello perdiendo el paso, el Sr. Cabrera, toca el llamado y a la voz de “ahí queó” descubrimos que la magia ha terminado y que ya no somos los pies de la señora. 

Óscar Costa Román.

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