Foto de portada: www://sevilla.abc.es/pasionensevilla/ (clicar aquí)
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Hace algo menos de un año quise hablar por primera vez de la pandemia en esta columna. Era el 17 de marzo de un fatídico 2020. Un 17 de marzo en el que 94 personas perdieron la vida en España por culpa del nuevo coronavirus. Un 17 de marzo en el que aún albergábamos alguna esperanza de ver un paso en la calle dos semanas después.
En aquel artículo pedía responsabilidad, instaba a los lectores a convertirse en apóstoles prudentes que vivieran la fe hacia dentro, como no estamos acostumbrados a hacerlo. Y ahora, hoy, en este continuo ‘día de la marmota’ que nos ha tocado vivir, tengo que pedir lo mismo.
Me entenderán si les digo que es otra persona la que les hace de nuevo la misma petición. Porque yo no soy el mismo desde aquel 17 de marzo, y no podrán negarme que ustedes tampoco.
No somos los mismos, ni tampoco lo son las condiciones que se nos presentan. La cuaresma de 2020 nos encerró en un desierto, nos privó de libertad; ese fue nuestro particular ayuno y nuestra excepcional penitencia. Pero hoy, un año después, se nos presenta una pandemia que ha tomado fuerza desde entonces, los contagios se multiplican y las muertes no cesan. Aun así, aun viviendo una situación sanitaria peor que la de entonces, podemos adivinar en nuestro día a día un atisbo de la vida normal que conocíamos antes.
Recuerden conmigo cómo hemos sido desde entonces. Recuerden una Semana Santa en casa, sin pisar la calle. Recuerden adorar la Cruz el Viernes Santo de manera virtual. Recuerden que, el 12 de abril de 2020, fue el Domingo de Resurrección con mayores tintes de luto de la historia: 551 personas perdieron la vida aquella jornada.
Recuerden al Señor de Madrid en el dintel de la Basílica, a la Almudena en la puerta de la Catedral. Háganse cargo de cómo nos ha cambiado la vida y cómo hemos tenido que adaptarnos.
Lo conseguimos. Conseguimos vivir una Semana Santa plena sin un paso en la calle, sin bandas, sin bambalinas y sin galones. Porque la Semana Santa, el seguimiento de Jesucristo que llevamos a cabo los cofrades abarca mucho más que eso. Trasciende lo virtual, trasciende el encierro y la angustia que provoca el miedo. Supimos hacerlo, supimos poner la Resurrección en el centro y entendimos, que más allá de las procesiones y nuestra pasión, el centro de todo es el Señor. Aun así, temo que el no contar con unas restricciones tan severas, nos haga olvidar lo bien que lo hicimos.
Estamos acostumbrados a una vorágine de cultos en estas fechas. Quinarios, funciones, septenarios dolorosos, juras de reglas, conciertos…
Sería un grave problema que la costumbre pese más que la responsabilidad. Recordemos que la primera Eucaristía, en la que todos querríamos haber estado, fue en una habitación muy sencilla, con una duración muy corta, con 12 asistentes y en la más absoluta intimidad. Tomemos ejemplo.
Este año todo apunta a que podremos celebrar el Triduo Pascual en los templos, así como los quinarios y las funciones. Hagámoslo bien. Dejemos las fotos de familia para más adelante, respetemos la distancia, cumplamos las normas. La seguridad de los templos y del culto depende de nuestro comportamiento. Y, aunque he de asumir que los actos en nuestras hermandades tienen gran cantidad de tintes sociales, tengo que decir que este año han de convertirse en tintes de responsabilidad. Asistamos a los cultos con todas las medidas de precaución, e inmediatamente después del “podéis ir en paz”, vayámonos directamente a casa.
La pandemia pasará, porque solo Dios es eterno. Y cuando pase agradeceremos habernos despojado de nuestros encuentros y haberlos reducido a lo imprescindible: el culto y a casa, porque si no estamos todos, faltarán menos que si no lo hubiéramos hecho.
Termino tiñendo de verde estas líneas, haciendo mención al mural de la Macarena que se proyecta para el hospital sevillano que lleva su nombre. La Esperanza ahora reside en el personal que se dedica a cuidarnos, respetar las normas y ser prudentes es la única manera de cuidarlos a ellos.
Volveremos a ser lo que fuimos. Que no les quiten la Esperanza, ni del hospital (ustedes ya me entienden) ni del corazón.
Ángel Ruiz.
