«RENOVACIÓN: ENTRE LA NECESIDAD Y EL REALISMO» por Juanjo Granizo

   Me he empeñado en escribir sobre la renovación en el mundo de las cofradías y después de haber escrito tres borradores pensé que todavía no tenía este tema suficientemente maduro.

   Cuando digo renovación, me refiero a la renovación de los cargos electos de nuestras hermandades, precisión que es necesario hacer.

   El caso es que el pasado jueves, 22 de noviembre día de Santa Cecilia, Patrona de los músicos, salía de mi parroquia tras la Adoración al Santísimo que se hace todos los jueves y me fijé en los que salían por la puerta del templo.

   Salvo una monjita de edad incalculable (algunas de estas santas mujeres desafían a las leyes del tiempo) el más joven era yo, con casi 52 años.

  La mayor parte de los parroquianos superan los 75. Con un corrillo de ellos podría escribir un buen libro de patología general.

   A la puerta del templo, varias mujeres comentaban con el párroco las dificultades que tenían para la celebración de La Milagrosa en Pozuelo, una devoción muy extendida en mi pueblo, como en todo Madrid.

   No encontraban sacerdote que les dijera la Santa Misa a la hora prevista. El que vino el año pasado ha ascendido en su orden y el resto de los disponibles son muy mayores.

  ¿Mayores he dicho….?

  Mi madre, con los 80 más que cumplidos, es un buen ejemplo de las organizadoras del evento, a pesar de haber cesado en su cargo hace ya muchos años no habido nadie que se ofreciera voluntario para esa responsabilidad.

   Y así recuperé de nuevo, el hilo de lo que quería contarles…

   La renovación es buena y es necesaria. Y más, la de los cargos directivos. Muchas de nuestras hermandades tienen en sus reglas, con buen criterio, la limitación temporal de algunos cargos, como el de presidente.

   Nuevas ideas, nuevos talantes, renovados impulsos….todo ello está muy bien. Pero la pregunta es si es posible. Si es, de verdad, posible.

   Por que la realidad es que la renovación es una labor muy difícil y a menudo frustrante.

   En los años que llevo conociendo el mundo cofrade madrileño es raro ver caras nuevas. Y no es por que los directivos quieran seguir en los cargos, si no por que el día de las elecciones son pocos, muy pocos, los hermanos que acuden y menos, muchísimos menos, los que dan el paso de presentar una candidatura.

   No es un mal exclusivo de nuestras hermandades: es de toda la sociedad española en su conjunto: créanme si les digo que en las bandas de música o en las asociaciones de belenistas, por poner ejemplos que conozco bien, las cosas son iguales.

   No solo hay pocos que den el paso adelante, si no que muchos de los que lo hacen son auténticos fiascos. La “mortalidad” de los nuevos directivos en algunas entidades es alarmante.

   Tras unos meses de relativa euforia, se impone la pesada realidad y aquellos que empezaron con muchas ideas y más ganas sufren una repentina pérdida de todo ese importante bagaje que todo directivo debe llevar consigo, que es la ilusión.

   No es de extrañar que muchos directivos veteranos vean con recelo la llegada de nuevos miembros a las juntas de gobierno, escarmentados como están por experiencias previas.

   Otras veces, los más antiguos de la casa miran con suspicacia la llegada de ideas “revolucionarias”, como si ello fuera una amenaza a la institución que representan y que con tanto esfuerzo han contribuido a levantar.

   También puede pasar lo contrario, y es que tras lustros en un cargo, se acaba por caer en cierto inmovilismo y cualquier persona que quiere romper esa inercia se convierte en un incordio.

   Son solo unos ejemplos, que de todo he visto en la viña del Señor.

   Fuera de las directivas la actitud de los hermanos y no hermanos, pero seguidores de nuestras hermandades, tampoco ayuda en ocasiones.

   En los últimos años se ha está observando una crítica directa, agria y poco constructiva hacía cualquier estructura de poder. Las redes sociales han contribuido mucho -y para peor – a esta situación.

   Este tipo de crítica desgasta enormemente a las directivas y, hay que decirlo, también a sus familias. He conocido a más de uno que se ha marchado harto de soportar groserías y es que para ser directivo no solo hay que tener ilusión, ideas y capacidad de ejecución, también hay que poseer un poderoso blindaje y todo ello, se desgasta con el tiempo.

   Por ser positivo y para sacar algo en claro de todo esto: hay que echarle un carro de generosidad a nuestras hermandades.

   Generosidad para comprometernos con las hermandades, haciéndonos hermanos y participando en sus actos.

   Generosidad colaborando con las juntas de gobierno.

   Generosidad para comprometernos responsablemente ocupando cargos directivos.

   Generosidad de los directivos, dando un paso atrás tras un periodo razonable en los cargos, para dar entrada al resto de los hermanos.

   Y, parafraseando a Kennedy, no pensemos en que puede hacer la hermandad por nosotros. Pensemos que podemos hacer nosotros por ella.

Juano Granizo

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