CIEN AÑOS DE “AMARGURAS”. UN OPORTUNO Y JUSTO HOMENAJE por Juanjo Granizo

De mi época sevillana, más de cuatro lustros han pasado, me traje muchas cosas. Entre ellas, un paquetón enorme de partituras de marchas de procesión que le regalaba a La Lira de Pozuelo. No era generosidad, si no puro interés.

En esas carpetas había música maravillosa que en Madrid casi nadie conocía: “Virgen del Valle”, “Estrella Sublime”, “Soleá dame la mano”….

Con ellas llegaron a Pozuelo de Alarcón, a golpe de AVE, unos cuantos vídeos, muchos discos y casi un centenar de libros y con todo ello, como todo buen converso, empecé a predicar la fe en la más grande de todas las músicas.

Me ayudó mucho la película “Semana Santa en Sevilla” de Manuel Gutierrez Aragón cuya banda sonora fue compuesta por Antón García Abril arreglando algunas de las marchas de procesión más bonitas y emblemáticas de Sevilla.

Me busqué buenos aliados. El éxito estaba cantado. García Abril es el mejor músico español del último siglo XX.

Cuando me casé, unos años más tarde, yo ya era secretario de La Lira de Pozuelo. En la ceremonia, aquella banda que me escuchó al principio como quien escucha a un loco, tocaba “Amarguras” y “Virgen del Valle”.

Desde entonces tenía dos sueños, cumplidos felizmente: que la Lira de Pozuelo fuera a Sevilla a tocar marchas de procesión y que se interpretara “Amarguras” en la Plaza de la Villa.

 

Porque la esencia musical de la Sevilla nazarena, que no es otra que “Amarguras”, rompió el aire por vez primera al lado de la Plaza de la Villa donde residía su autor, el músico sevillano Manuel Font de Anta.

Fue en el mes de marzo de 1919 cuando Manuel Font, afamado compositor de coplas y zarzuelas, finalizó la partitura de la que estaba convertida a llamarse en la más famosa marcha de procesión de todos los tiempos, estrenándose unos días más tarde tras el palio de la Virgen de la Amargura de la Iglesia de San Juan de la Palma.

Llegado el centenario de la composición de la marcha, hacía falta que alguien cuajara ese sueño y no se perdiera la oportunidad histórica que suponía reivindicar este legado musical en ese sitio y en este momento.

Tenía que ser el Hermano Mayor de los Gitanos, Julio Cabrera, al que se le sale la sevillanía por las costuras del traje y no le cabe su sentir cofrade en los zapatos, el que tuviera la feliz idea llevar a La Lira de Pozuelo a la Plaza de la Villa para conmemorar lo que se ha convertido en patrimonio de todos.

Junto con “Amarguras”, se interpretó la otra gran marcha de Manuel Font, la centenaria “Soleá dame la mano” y las clásicas de esa época, aquellas que cambiaron para siempre la música de procesión y llevaron a la gloria la mecida de un paso de palio: “Campanilleros”, “Estrella Sublime”, “Rocío”…

Pero nos equivocamos si consideramos a “Amarguras” solo una marcha de procesión, por afortunada que fuera. El poema sinfónico de “Amarguras” quita el aliento, posee una fuerza expresiva y una calidad que van más allá de las etiquetas de música cofrade y hacen de ella una de las grandes obras de la música española, una digna contemporánea de esa edad de oro que protagonizaron Falla, Albéniz o Granados.

Hace poco me encontré con un artículo de ABC de Sevilla que cuenta que en el entierro del famoso anarquista Durruti, ocurrido el 23 de noviembre de 1936, la banda de música que participaba en el acto interpretó “Amarguras”.

Seguramente tuvo mucho que ver que el organizador del entierro fuera un sevillano, llamado Helios Gómez, pero no puedo dejar de admirarme por el hecho, aparentemente paradójico, de que se interpretara “Amarguras” en el entierro de un anarquista, en Barcelona y en plena guerra civil. Y es que la gran música no tiene barreras.

Tres días antes Manuel Font de Anta, había sido asesinado en Madrid en la sinrazón de esa guerra. Pero Manuel ya era inmortal. Inmortal y madrileño, aunque naciera en Sevilla.

 

 

Dijo el Hermano Mayor de la Amargura de Sevilla, al acabar el concierto del domingo, que Madrid es una ciudad difícil para las cofradías por ser tan “abierta y variada”.

Es verdad. Pero por eso mismo, Madrid hace hijos suyos a aquellos que viven y trabajan en ella.

Se ha especulado que el verdadero autor de la marcha fue el hermano de Manuel: José, que efectivamente registró la obra a su nombre en 1922. Los hermanos trabajaban juntos en muchas ocasiones, aunque casi siempre firmaba Manuel.

José Font había completado sus estudios en París, donde conoció a una mujer de la que se quedó enamorado, regresando a España cuando empieza la Primera Guerra Mundial.

Finalizada ésta, volvió a Francia a buscar su amor, pero se encontró con la dura decepción de que ella había muerto en un bombardeo junto con un hijo del que desconocía su existencia.

Nunca sabremos con certeza si el dolor de José fue la inspiración de la obra. Ambos hechos coincidieron en el tiempo. Pero es, sin duda, una bonita historia.

Una historia que ha escrito una emotiva página allí donde empezó, recuperando la memoria de una partitura, gracias a una banda de música y una hermandad “madrileña de raíces sevillanas” como dijo Cabrera.

Soy notario de ello. Se hizo justicia al autor y su obra. Este es el acta de esa mañana de sol radiante en que La Lira deslumbró al astro rey.

Y de carambola, se cumplió mi sueño…para no creer en la Providencia.

Juanjo Granizo

 

FOTOS: Berta Robledo PHOTOGRAPHY

CARTEL DEL CONCIERTO: COMUNIHDAD www.comunihdad.es

 

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