Hoy traigo a este pequeño espacio una de esas historias cofrades contada en primera persona de algo que siempre me ha gustado hacer en la Hermandad de los Gitanos de Madrid. Hoy escribo sobre la matinal de cada Jueves Santo. Y como a eso de las 9:00 de la mañana, llegando ya a mi Parroquia del Carmen, de nuevo trajeado, luciendo medalla y apenas después de haber dormido muy pocas horas, suceden algunas de esas cosas tan maravillosas que nos pasan haciendo Hermandad.
“Es Jueves Santo en la mañana,
cuando aún se les adivina por las calles,
salpicadas de cera roja, blanca y morada,
cuando aún se siente pasar un Nazareno por Salud,
y a su Madre angustiada tras sus pasos,
con lágrimas en los ojos,
por el peso de una Cruz.”
Creo que he explicado alguna vez como entré por primera vez en contacto un Jueves Santo, tras un clavel rojo del Señor de la Salud que aún conservo, con la Hermandad. O como cada Jueves Santo, desde las primeras horas de la mañana, desmantelamos de los pasos las flores que los han engalanado durante la Estación de Penitencia la noche anterior, para así regalárselas a los hermanos, fieles y devotos que se acercan a nuestros Titulares.
Me traslado a esa mañana. Camino despacio por la calle del Carmen, aun casi vacía por lo temprano de la hora, mientras es baldeada por los servicios de limpieza, que aun así no pueden con la cera que jalona las baldosas y que delata que por aquí pasó ayer una Cofradía. Cafelito rápido en el Armenia. Remonto Tetuán para un Jueves Santo más llegar al Carmen; son ya más de las nueve. Atravieso la Sacristía, siendo nosotros los primeros en acceder al templo que permanece aún en la penumbra de luz natural que nos llega desde la ventana sobre el crucero y de los siempre abarrotados lucernarios. Encendemos cadenciosamente parte de la candelería de los pasos, la que no se usa para el Monumento que se afanan en terminar ya los sacristanes, avivando los rescoldos de los turiferarios, creando así una atmósfera, una sensación de paz después de la vorágine, entre olor a flor todavía fresca entremezclada en suspiros de incienso que nos hace estar entre el cielo y la tierra, a solas de nuevo con Ellos.
Se abre el templo y comienzan por entrar los primeros feligreses a la iglesia, llegando despacio hasta el Altar donde descansan los pasos de las emociones del miércoles vivido, despistados unos y a propósito los otros, preguntando por las imágenes, explicando nosotros lo que ha acontecido unas horas antes, regalando a todos un presente de lo mejor que tenemos, como un clavel del calvario del Señor o un clavel blanco de su bendita Madre. Que mejor tesoro.
Poco a poco la Iglesia pasa de ser un goteo a un peregrinar de gentes de todo tipo y condición. Los hay incluso que clavan la rodilla en el suelo y con los ojos envueltos de lagrimas, les rezan para pedirles angustiados, salud para su familiar enfermo o trabajo para el desempleado. Incluso a veces he oído a quien se le se escapa “te quiero” o un “guapa….!”.
Pero sin duda lo que más me ha sorprendido en los últimos años, es que cada vez son más los que conocen esta hermosa tradición nuestra y se acercan expresamente a por un “CLAVEL DE SALUD” y a por su estampita, tras haber disfrutado de la Cofradía del Miércoles Santo por las calles de Madrid. Todos los que al Carmen llegan son ejemplos que hacen ser felices a los que allí les atendemos.
Nada como llegar pronto un Jueves Santo al Carmen. Se lo recomiendo.
Carlos Elipe Pérez