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Extraordinario es aquello poco común o que sucede rara vez.
También se puede entender como extraordinario lo que se sale de la regla o aquello que es mejor que lo ordinario.
Lo que sucedió en Madrid el pasado veintitrés de junio cumple con todas definiciones de esa palabra. Me estoy refiriendo a la salida – extraordinaria – de la imagen del Dulce Nombre, titular mariana de la hermandad de Jesús el Pobre.
Tras veinte años procesionando por las calles de nuestro Madrid, la hermandad tomó la valiente decisión de restaurar la talla que en su día hiciera Lourdes Hernández en Sevilla confiando de nuevo en las manos que un día dieron la vida a la madera.
A su vuelta del taller, lo que hemos podido ver es que más que restaurada, Dulce Nombre de María en su Soledad ha sido completamente renovada en una acertadísima intervención.
Pero ese no es el motivo de mi texto. Para celebrar la efeméride y poner de largo a la renacida Señora, su Hermandad ha tenido a bien regalarnos una salida extraordinaria, fuera de las que contemplan las reglas.
Encorsetados por la costumbre de verla tarde en las primeras noches de primavera, disfrutar del Dulce Nombre en la noche de San Juan ha sido como comer uvas en abril o naranjas en agosto.
Hay que agradecer a la Hermandad es que se echara al ruedo con un acto de esa envergadura. Que las cosas se podrían hacer mejor es algo que nos podemos aplicar todos, pero lo importante es que se hicieron, cuando lo más fácil habría sido quedarse en casa.
No era de esperar que la presencia de público fuera como un Jueves Santo. Salvo en algunos puntos del recorrido, la presencia de gente era mucho menor que en Semana Santa.
Sorpresa al ver un paso de palio en pleno mes de junio. Normal. Desconocimiento por los motivos de la salida. También normal.
Lo que me llama la atención es la incomprensión del hecho y la falta de participación de los que se supone que con más intensidad debían hacerlo. Normal no es, pero frecuente sí que es.
Y hablo de ello porque lo sufrí en propias carnes. A principios de mayo organicé un encuentro de hermandades de San Sebastián como motivo del 430 aniversario de la Hermandad de Pozuelo de Alarcón dedicada a este mártir. Hubo mucho más público de fuera que pozuelero. Y los primeros en fallar, los propios hermanos.
¿Qué pinta el santo saliendo en mayo? Me dijo un hermano con muchos más años que yo en la Hermandad…
Si comparamos con otras salidas extraordinarias realizadas en Andalucía, uno tiene que concluir que todavía en Madrid nos cuesta entender el valor que tiene un acto como este.
Mucha de la gente que sigue a las hermandades, y muchos hermanos, están aferrados a un rancio conservadurismo.
Se sale un día de la Semana Santa. Con un color de flor, con una marcha concreta, con una puesta en escena heredada y asumida como perfecta. Pero nos tenemos que dar cuenta que esto, siendo una seña de identidad en lo físico, es también perfectamente mudable.
Las hermandades, como cualquier asociación, necesitan marcarse objetivos, alcanzar metas.
Más allá de los fines religiosos, cualquier colectivo humano se mueve por una motivación. Para una banda de música puede ser participar en un Certamen de Bandas, para un equipo de fútbol jugar en una liga o un campeonato.
Una cofradía, en lo antropológico, no es distinta. Una salida extraordinaria, una coronación canónica… son hitos en la historia de una hermandad.
Lo que vimos esa larguísima tarde del solsticio fue la alegría de un barrio, engalanado como se hacía a la vieja usanza, con banderas y cadenetas de colores. Fue romper los moldes de veinte años de jueves santos entre el frío y las madrugadas para lucir Madre a plena luz del día y con el sol en la cara, con el calor que calienta corazones y almas.
Allí se presentó esa Mujer, casi nueva, recién florecida bajo la mecida de las bambalinas. Justita y comedida en la salida del Nuncio y sin cortapisas ni peros en la Plaza Mayor.
Madrid fue una fiesta.
Y así tenemos que verlo, con la expectación de lo que es extraordinario y la alegría que produce un encuentro.
Madrid tiene que saberlo, entenderlo y vivirlo: la gloria de una salida sin la atadura de los espartos, sin la pena de los capirotes morados ni el dolor de los pies descalzos.
Serás de penitencia, pero has vivido un día como si de gloria fueras.
Juanjo Granizo
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