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En esas tardes y noches que paso por las calles de Madrid durante la Semana Santa, una de las preguntas que el público suele hacer con más frecuencia es la vinculación que tienen nuestras cofradías con la Iglesia Católica.
La explicación, aunque es fácil, no deja de ser complicada de entender como he podido comprobar en numerosas ocasiones. En líneas generales, muchas personas, incluso siendo católicos practicantes, no entienden como se articulan las cofradías en la Iglesia.
A este particular, hace unos días, concretamente el 22 de mayo, el Cardenal Lluis Martínez Sistach presentaba una nueva edición, y ya van seis, de su obra “Las Asociaciones de Fieles” (Editorial Aranzadi) en la Facultad de Derecho Canónico de la Universidad Eclesiástica San Dámaso.
Sin ser yo un especialista en estas cosas – que el Espíritu Santo me llamó por los caminos de la Ciencia- dicen los entendidos que el Cardenal Martínez es uno de los mayores expertos en ese tema y que su obra es de referencia en este terreno, que tan de cerca nos atañe en esta columna.
El libro del Lluis Martínez, lo explica bastante bien, incluso para los más acérrimos defensores de la ciencia experimental.
De la misma forma que hay asociaciones en el ámbito civil, destinadas a fines no religiosos, dentro de la Iglesia hay asociaciones con fines religiosos. Según el Derecho Canónico, nuestras Hermandades, Cofradías, Esclavitudes o Congregaciones son Asociaciones de Laicos.
Estas asociaciones de laicos están formadas por fieles cristianos (no religiosos, ni clérigos) y son una parte importante de la Iglesia. Primero, porque son la mayoría de las que forman la Iglesia y por que reúnen un gran número de socios.
Hay que pensar que la Iglesia es mucho más que la “jerarquía”. Es un error tan habitual que hasta muchos creyentes opinan que la Iglesia son los curas. La Iglesia no es un monolito. Nunca lo ha sido. En su seno siempre ha habido una gran diversidad de sentires que le han dado una gran vitalidad y dentro de esa enorme riqueza y variedad, han nacido nuestras hermandades.
La Iglesia, tradicionalmente, siempre ha reconocido el derecho de los laicos a asociarse con fines religiosos de una manera o de otra.
En los tiempos contemporáneos, el derecho de asociación de los laicos está reconocido de manera explícita e inequívoca en el Concilio Vaticano II.
Siguiendo al Cardenal Martínez, el Código de Derecho Canónico actualmente vigente, promulgado por el recordado y querido Juan Pablo II en 1983, reconoce este derecho, como no podía ser de otra forma.
Recuerdo que la primera Ley Orgánica sobre el derecho de Asociación promulgada en democracia en España es de 2003, veinte años posterior.
El Concilio Vaticano II da un papel muy importante a los laicos. De hecho, habla del Pueblo de Dios antes que de la jerarquía de la Iglesia, rompiendo de alguna manera una eclesiología unilateral y muy dominada por el jerarquismo.
El Concilio establece la igualdad radical entre los bautizados, sean laicos, religiosos o clérigos .
Este principio de igualdad y el reconocimiento del principio de socialidad fundamentan el derecho de asociación de los fieles, que antes se sustentaba más en la relación jerarquía – fieles, al menos desde el siglo XV,
«Cada cristiano está llamado a ejercer el apostolado individual en las variadas circunstancias de su vida; recuerde, sin embargo, que el hombre es social por naturaleza y que Dios ha querido unir a los creyentes en Cristo en el Pueblo de Dios. Por consiguiente, el apostolado organizado responde adecuadamente a las exigencias humanas y cristianas de los fieles y es al mismo tiempo signo de la comunión y de la unidad de la Iglesia en Cristo».
Y en esencia, folklores aparte, esto es lo que debe ser una Hermandad: un grupo de laicos, organizados dentro de la Iglesia, con una razonable autonomía y libertad de actuación cuyos fines son el perfeccionamiento de la vida cristiana de sus miembros y el apostolado, todo ello a través de la devoción a una imagen, la contemplación de un pasaje de la vida de Jesús o el seguimiento de la vida de un santo.
Hay más cosas, porque una Hermandad responde a una sensibilidad en un lugar y una cultura concretas. Olvidarse de estos aspectos antropológicos, tan humanos, sería olvidarse de una parte de la realidad de nuestras hermandades.
Sin embargo, lo que las hace grandes, es que todas las Hermandades brotan del tronco común de la Iglesia. Esto las hace iguales en dignidad, en obligaciones y en su libertad. Siguiendo esa visión tan evangélica de la cepa, algunas darán uva tinta y otras blanca, algunas regalarán buenos racimos y otras los ofrecerán más pequeños, pero lo importante es que den buen fruto.
Por Juanjo Granizo.
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Pd: Imágenes del artículo de Roldolfo Robledo.
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