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No hay nada más evocador que ver perderse un palio tras una esquina. Ni hay un embrujo tan profundo como la mecida de una bambalina al compás de la música.
Y si hablamos de música…no la hay más intensa que una marcha de procesión.
Pongamos que hablo de la calle de La Paz. La bambalina podría ser de color azul pavo, como una noche de luna llena. La marcha tiene que ser Hosanna in Excelsis.
Cada uno puede poner, con el mismo derecho, su calle, su palio y su marcha. Pero en esta estampa tan querida de nuestra Semana Santa, siempre hay una cosa común y es que cerrar la Cofradía va a en el oficio de una banda de palio.
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Lo que no debería ser labor de un músico es protegerse de la embestida del público.
Y es que todavía me resulta incomprensible que gente que ha estado esperando horas el paso de una Hermandad, según pierde la cara de la Virgen, le entren las prisas y quiera salir corriendo arrollando todo lo que pille en su camino. Y en esa trayectoria, lo que se suelen encontrar es la banda de música.
Pena me dan los que tienen esta costumbre, que es como levantarse de la mesa antes de que lleguen los postres, o dejarse el último dedo de un buen Rioja. Después de haber invertido un buen rato en ver pasar una cofradía, no pasa nada por esperar dos minutos a que se despeje la bulla y así poder circular sin estrechuras y sin necesidad de fastidiar a nadie.
Entre los muchos actores y protagonistas de nuestra Semana Santa, están esas personas que cierran la cofradía: los músicos. La Banda.
El músico raso, para el que no lo sepa, es un aficionado. No un profesional. Al menos en el caso de la lira de Pozuelo, que es de la que puedo hablar, no percibe un euro por su labor. Los ingresos que sus actuaciones generan, sean procesiones o conciertos, se reinvierten en la asociación y que posiblemente le enseñó música cuando era un niño.
Y ahora él, en agradecimiento por lo recibido, le entrega su trabajo para que su fruto se reinvierta en enseñar música a otros niños, que serán los que toquen las procesiones de 2028.
Es una buena lección de solidaridad y de entrega por unos valores que en estos tiempos que sufrimos, conviene recordar y anotar junto con la obra caritativa de las hermandades.
El músico ya bastante tiene con organizar las 60 partituras que lleva en su carpeta en el orden adecuado, tocar su instrumento con la mejor calidad posible desde las siete de la tarde a las tres de la madrugada, haga la temperatura que haga, en una calle estrecha donde se tocan los codos o tan oscura que las partituras se convierten en ténues sombras.
Y hacerlo igual de bien para todas las hermandades que han confiado en su banda de música, un día tras otro.
Creo que esta labor, que no tiene nada de devoción en muchos casos y si mucho de dedicación a su banda, merece un respeto.
Sin embargo, mucho público y algunos cofrades, parece que no se preocupan de lo que ocurre mas allá del pollero de la Virgen y creen que eso que va ahí atrás es un grupo de gente que no tenían nada mejor que hacer que pasarse seis u ocho horas tocando.
En los primeros años de este siglo, por hablar de lo que sé, la Lira de Pozuelo salía a la calle con unos 70 músicos y casi 30 «escoltas»…una proporción que podría parecer exagerada pero que se elaboró como respuesta a lo que nos tocó padecer.
Los que pasamos esa época no tenemos buen recuerdo de ello por que rara era la procesión en la que no estallaba algún altercado en los últimos metros del cortejo procesional ya entrada la madrugada.
Incidentes que solían tener que ver con el exceso de consumo de alcohol que tan frecuente es a altas horas de la noche o con algún indignado ciudadano que quería ejercer su derecho a la libre circulación a toda costa. Ni les cuento lo que suponía dejar la banda delante de un bar del que la gente salía dando tumbos.
La prioridad absoluta de los que formábamos la «guardia pretoriana» de la banda era salvaguardar la seguridad de los músicos y después, la de los instrumentos.
Pero hemos mejorado. En los últimos años, la Policía Local se ha tomado en serio su labor y he de decir que está mucho más atenta a prevenir situaciones de riesgo. Se nota y mucho.
Las hermandades también han afinado sus recorridos, evitando zonas que a ciertas horas son más problemáticas.
Poco a poco va calando en el público la idea de que la banda es parte integrante de la procesión y merece, al menos, el mismo respeto que un tramo de nazarenos, si no más.
Afortunadamente, ya es excepcional que alguien cruce la banda en plena interpretación de una marcha, cosa que hace años ocasionó no pocas lesiones en los músicos que enfrascados en lo suyo ni se enteraron de lo que se les venía encima.
Los instrumentos de viento se apoyan en los labios o en los dientes, como los clarinetes, y un golpe puede ocasionar una lesión de cierta gravedad. Y deja incapacitado a un músico para sucesivas procesiones.
El otro aspecto de seguridad es el relativo al propio instrumento que puede caerse al suelo, o sufrir un impacto, con el riesgo de que se rompa. Para que se hagan una idea de la broma, un fagot baratito para ir de procesión andará por encima de los 9.000 € y una tuba de batalla, por los 12.000 €. Lo normal es que los instrumentos de la banda estén entre los 2.000 y 4.000 € y sean pagados por los propios músicos.
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Durante las procesiones hacemos mucho hincapié en que no se cruce entre las filas de los músicos. Se puede hacer por delante o por detrás de la banda con total seguridad. Cualquiera de los que están desplegados en la protección estarán encantados de ayudarle a cruzar u orientarle en su recorrido para su comodidad.
Por último y no por ello menos importante: y esto va para las bandas de música.
Si quieren que su posición se respete, los propios músicos deben de tener una actitud acorde al respeto que se pide. Es decir, debe mantenerse el orden de las filas.
Por que es muy difícil convencer a la gente de que no pase entre las filas, cuando estas no existen por que los músicos están haciendo corrillos. Resulta bastante obvio que si la banda es parte integrante de la cofradía debe mantener un cierto orden, como lo mantiene la cofradía.
Y por favor, esperen a perder de vista el palio. Disfruten de la vista de la zaga, del temblor de los faroles de cola, iluminando el esplendor de los mantos. Del sonido directo de la banda de música, escuchándola delante de sus propios ojos.
Aprovechen ese último trago. Esperen a que se pierda tras una esquina y paladeen despacio sus sentimientos hasta que esa extraña tristeza les invada.
Por Juanjo Granizo.
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