Aquí acaba mi silencio. Mis otras aficiones – las no cofrades – me han quitado muchas tardes y mi trabajo me ha robado resto.
Sin tiempo no puedo reflexionar lo que escribo y por eso, me he impuesto un paréntesis.
Y vuelvo a coger el hilo en vísperas de la Candelaria, cuando el mundo cofrade empieza a coger temperatura y un día sí, y otro también, van anunciándose los carteles de Semana Santa de todas las hermandades y ciudades de España.
Carteles para todos los gustos que van desde lo clásico hasta lo más rompedor con los esquemas iconográficos tradicionales.
Y ello me da pie para este primer artículo del año, en el que quería reflexionar sobre el conservadurismo estético de nuestras cofradías.
El Concilio Vaticano II trajo nuevos aires a la Iglesia y con ello un nuevo estilo de decorar y construir templos. El retablo de mi parroquia desapareció y con él todos los santos que había en ella, que acabaron en los armarios o arrinconados en una capilla sin ningún decoro.
En su lugar, el párroco construyó algo que me resulta difícil de describir y lamentablemente aparece en todas las fotografías de Primeras Comuniónes, bodas y bautizos de una generación de pozueleros.
En cuanto tuve alguna responsabilidad y pudimos hacerlo, mi hermandad mandó hacer un retablo de estilo neobarroco para alojar a nuestra patrona en su capilla, la Virgen de la Consolación y a dos santos de sentida devoción en Pozuelo: San Sebastián y San Isidro.
Veinte años después de aquel retablo, de doradas columnas salomónicas, no se si acerté. No es bueno que todos sigamos los mismos dictados artísticos. Es algo que no nos da identidad ni riqueza, aunque en cada época la iglesia, las hermandades, los nobles o los ayuntamientos se han dotado del arte de su tiempo.
Sin embargo, nuestras hermandades, con excepciones, van en otro sentido y es que hay una enorme discrepancia entre los gustos del creyente y el arte actual.
Creo que no miento si digo que nos sentimos más inclinados a la espiritualidad en una iglesia románica que uno de estos modernos edificios con vocación de hangar y que nuestro corazón se conmueve más fácilmente con la escultura tradicional que con la moderna.
Mientras la “estética conciliar” va en un sentido, nuestras hermandades han vuelto a una estética barroca de la que es muy difícil escapar, si es que queremos hacerlo, ya que es más aceptada por el gusto popular.
Y no voy a decir que eso siempre sea malo. Algunas hermandades, sencillamente es que carecían de gusto a la hora de “vestirse” en público y es mejor imitar algo probado que seguir en la mediocridad.
Pero en otros casos, en lugar de profundizar en sus raíces, este regreso al barroco ha sido una pérdida de lo propio para copiar otras tradiciones.
Un ejemplo de lo primero es el soberbio cartel de la Semana Santa de Córdoba, inspirado en los modelos de un pintor tan poco religioso, como representativo de esa ciudad como Julio Romero de Torres, que han sido reinterpretados por el autor de la obra para hacerlos respetuosos con el espíritu de la Semana Santa Cordobesa.
Por el contrario, el cartel de Jerez, es completamente rompedor, pero si miramos a la historia, esa ciudad ha sido una adelantada en muchas cosas no solo a Andalucía, si no a toda a España.
Que el mundo cofrade es extraordinariamente conservador ya lo sabemos. Hay hermanos y devotos que toleran muy mal los cambios. A estos les digo que nuestras hermandades no son las mismas que procesionaban en el barroco. La Contrarreforma impuso unas formas, la Ilustración trajo otras, el siglo XIX las volvió a modificar y a lo largo del siglo XX los vientos de las modas hicieron girar la veleta de la estética cofradiera en diversos sentidos.
Hoy impera el neobarroco, como hace unos decenios el neogótico o el neorománico y lo primero que pienso cuando leo tanto “neo” es que hemos sido incapaces de incorporar nuevos estilos artísticos y seguimos copiando lo que otros hicieron hace siglos, muchos siglos.
Y no solo somos barrocos, si no que nos empeñamos en sobrecargar altares y pasos, ropajes y enseres con cada vez más cositas y aparejos en una clara aversión al vacío y en abierta contradicción con el estilo dominante en la sociedad, que mayoritariamente compra en Ikea y que tiene a un cierto minimalismo.
Esta sobrecarga decorativa no solo choca con la correcta estética en ocasiones, si no que es entendida por parte de la sociedad como una contradicción con la pobreza y sencillez que debían ser guía e inspiración de toda la Iglesia.
A nosotros, que somos capillitas, esta representación nos resulta normal, pero fuera del España, la escenografía que presentan nuestras Dolorosas y Soledades resulta francamente chocante (aunque esto nos trae al fresco).
Que una hermandad fundada en el barroco conserve formas barrocas hasta puede entenderse como un derecho y una obligación de preservar una tradición.
Pero que una hermandad creada hace unos años siga imitando ese estilo que resulta completamente anacrónico para ella, es motivo de reflexión.
La explicación es compleja, más allá de los gustos populares.
Muchas de las formas novedosas del arte religioso fueron introducidas por una élite cultural que contrató artistas innovadores. Esa élite de papas y obispos, reyes, nobles o burgueses impulsó una importante modernización de formas a lo largo de la historia, pero hoy se ha perdido en nuestras cofradías.
Tampoco hay un dialogo franco entre especialistas en arte y juntas de gobierno para explorar nuevas formas de expresión artística que sean aceptables por el público.
En fin, evolucionar es bueno. También en esto, ya que la salida procesional tiene un valor catequético fundamental y nuestra “escenografía” cada vez resulta más chocante para la sociedad actual.
Cambiarla de forma radical es algo para lo que no estamos preparados, yo el primero…no veo a mis Angustias sin su palio azul pavo ni sus varales cincelados, pero lo esencial no es el palio, si no Ella y el mensaje evangélico.
Al fin y al cabo, estamos hablando de algo que debería ser secundario: solo formas.
Sin duda, tenemos el derecho y la obligación de conservarlas como nos las dejaron nuestros mayores, pero ese derecho y obligación también nos asiste cuando adaptamos lo superficial para mantener lo esencial.
¡ Que difícil equilibrio!
Juanjo Granizo.