Seguimos hoy con un nuevo artículo, con la vista puesta en la celebración del Santo Patrón de los jóvenes cofrades, San Juan Evangelista. Hoy nos «visita» Ángel Ruiz Sánchez, al que aprovecho para darle las gracias de manera pública.
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«Un rosario de motores, pitidos y sirenas policiales surcaba una ciudad humedecida por el rocío de una preciosa madrugada de primavera. Ruido, envenenado tesoro de las grandes urbes al que ya nos hemos acostumbrado. Y es sólo gracias a esto por lo que valoramos en tan grande medida el silencio.
Pasear por Madrid es como recorrer paso a paso el mundo entero, la ciudad te concede la gracia de ver personas de todo tipo y amarlas a todas tal y como te enseñaron en el colegio.
Enamorarse de Madrid es enamorarse del mundo, escuchar a Madrid es escuchar… espera, ¿un aplauso?
Como cualquier curioso te acercas al epicentro de aquella ovación popular, esperando un cantante callejero que deleite tus oídos o un pequeño teatrillo en el que quiere asomarse un gran talento encerrado en las callejuelas de la capital.
Tus expectativas quedan derrotadas al encontrarte con algo sublime que rompe con todos tus esquemas.
Es un grupo de personas hablando de Dios, pero sin hablar. Es un grupo de gente escuchando a Dios, pero en mitad de vivas y palmas. Es un grupo de gente vestida de forma extraña, sin mostrarse; pero con los ojos llorosos.
– ¿En Madrid?- se te ocurre preguntar.
– «Sí amigo, es el Gran Poder», te contesta un penitente al que solo consigues adivinar el marrón de los ojos.»
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Y es así amigos, ruego me permitan tratarles como tal, como se habla de Dios. Sacando al Señor a la calle.
El protagonista de este pequeño relato continuaba su pequeña crónica cofradiera enumerando las peculiaridades que advertía en el desarrollo de aquella estación de penitencia.
Me habló de la cruz de guía, del libro de reglas, de bandas, flores y bambalinas de palio; hablaba sorprendido y a la vez maravillado, emoción que se acentuó aún más en su cara cuando me hablaba de los jóvenes. Se sinceraba al decir que su idea de la fe adolece de juventud, de innovación. Él sigue en lo arcaico, lo sumamente tradicional.
No pude hacer menos que invitarle a un café y ejercer no de abogado del diablo, sino del mismo Dios reflejado en la cara de una imagen que cruza Madrid una madrugada de primavera. Reconozco que la postura de letrado me quedaba grande.
Entrado ya en materia le explicaba apasionado que los jóvenes son la vida de las hermandades, que sin ellos estamos perdidos, intentaba que entendiera que es posible ver hoy en día a un joven más apasionado por su Virgen que por su cuenta de instagram; no lo entendía y lo comprendo. Segundo café.
Me exponía lo negativo de la Iglesia, los prejuicios existentes en la sociedad ante una persona religiosa convencida, y yo, enamorado como Jesús de aquella lejanía, intentaba acercarle más y más a esta realidad tan bonita que hemos creado en torno a los pasos de un costalero.
Le pedí que no hiciera más preguntas, y comenzó mi intervención.
Los jóvenes estamos hartos de escuchar que no tenemos experiencia, que nos queda mucho por vivir y mucho mundo por recorrer. Pero lo siento, amigos, somos los más importantes.
Imagina que quien talló a la Macarena no llegara a la veintena, imagina que se hubiera encontrado con un no rotundo a consecuencia de su juventud e inexperiencia. Que hubieran achacado a su niñez el atrevimiento de tallar una Señora perfectamente imperfecta. ¿Qué sería de la devoción universal que hoy conocemos?
Imagina si a la Almudena la hubiera encontrado una joven de 15 años y las autoridades hubieran interpretado el presunto hallazgo como fantasías de niña. Resultaría un Madrid sin patrona, sin catedral.
Esta es mi reivindicación: a los jóvenes hay que creernos, hay que escucharnos; porque somos la manera de reescribir el Evangelio acorde con Jesús y llevarlo a los rincones de esta sociedad moderna y tecnológica donde ningún cofrade veterano se atreve a adentrarse.
Muchas veces ocurre que los que tenemos clara la preciosa misión de dar al Señor a conocer somos los jóvenes, y por eso nos enamoramos de nuestra hermandad más que de nuestro instagram. Mira si Dios mismo nos hace sentir importantes.
Y sigo rompiendo lanzas, porque aún sin experiencia vital, somos los revolucionarios. Somos los capaces de presentarnos ante una sociedad actual fuera de Dios y decir “yo creo”.
Y lo más bonito de todo es que no lo decimos de palabra ni llevando un cartel en la frente, lo decimos abandonando una tarde de cañas para ir a ver al Señor y hacer plena una vida de hermandad, lo hacemos invitando a amigos a acompañarnos un Jueves Santo. Lo hacemos, y se nota.
Los jóvenes cofrades de hoy nos creemos a Jesús de Nazaret tanto como nos creemos a nuestro youtuber favorito, y lo difundimos como la invitación a una fiesta. Lo soñamos como nuestro prometedor futuro y lo queremos en el centro, en el centro de esta gran sociedad tecnológica que nos permite reinventarnos y contar llegando a todo el mundo la mayor historia de amor jamás contada reflejada en nuestros pasos y capirotes.
A este café, te invito yo.
Ángel Ruiz Sánchez