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En esta ocasión, van a permitirme que me sumerja en un lugar que ha sabido mantener la esencia, dejando que el paso del tiempo modele la tradición, y permaneciendo fiel a lo que sus mayores soñaron para vivir profundamente la Pasión. Acompáñenme a Robledo de Chavela, en Madrid, acompáñenme a mi pueblo.
Cuando era pequeño me llamaba la atención que en muchas localidades la Semana Santa era “completa”, es decir, contaban con procesiones desde el Domingo de Ramos hasta el Domingo de Resurrección; y la mía no. Robledo siempre se ha mantenido fiel al Jueves y Viernes Santo, concentrando en ellos sus actos y su manera de elevar la mirada al árbol de la Cruz. El Domingo de Resurrección es otro cantar, y nos da para otro artículo.
El Jueves Santo, finalizada la Misa de la Cena del Señor, sale a la calle la imaginería pasionista robledana al completo, empezamos con todo. Todo a la calle.
El cortejo se conforma en tres imágenes, portadas en andas por todo el que quiera. Esa es una de las cosas que me atrapan de el pueblo: todos pueden llevar al Señor, todos pueden mecer el dolor de la Virgen, todo el que se acerque puede arrimar el brazo, todo sin perder el recogimiento, la nocturnidad, y el silencio y la solemnidad tan castellanos que nos enriquecen.
Les cuento las imágenes, una por una:
El Nazareno, que así es como se le conoce en el pueblo, sin advocación oficial ni identidad definida. Es una talla de Cristo caído, de vestir y de pelo natural. Su única salida es la de Jueves Santo, en esa primera procesión que les contaba, acompañado por las otras dos tallas indiscutiblemente más imponentes que Él.
Aquí, en el pueblo, no cabe debate entre túnica bordada o lisa, entre potencias o la ausencia de ellas; los recursos siempre han sido pocos… el Señor va de liso y coronado de espinas. No se me ofenda nadie si digo que soy un ferviente defensor del bordado y las potencias, pero, el Nazareno del pueblo, me gusta tal como está.
El segundo del Jueves Santo es el Primero de los robledanos. El Cristo de la Agonía es patrón y Alcalde Mayor perpetuo del pueblo, y asoma sus ojos a Robledo en tres ocasiones al año: una es la procesión de Jueves Santo, otra es el Vía Crucis de la noche del Viernes Santo del que ahora hablaré, y la tercera es su fiesta grande el último jueves de agosto.
El Cristo de la Agonía es la prueba fehaciente de que en el pueblo se abraza la Cruz desde tiempo inmemorial. Nadie sabe desde cuándo, nadie sabe si siempre el rostro de Jesús crucificado en Robledo ha sido el de esta imagen. Pero todo el mundo lo reconoce como propio, como identidad y autoridad indiscutible.
Y por último, la Virgen. El Jueves Santo La Dolorosa, que así se la conoce, sin advocación fija como el Nazareno; cierra la procesión. Una imagen de la Virgen con el rostro enmarcado austeramente, de luto riguroso y la mirada elevada al cielo.
La iconografía de la dolorosa es indiscutiblemente la propia de tierras castellanas. Si nos fijamos en dolorosas segovianas, abulenses o vallisoletanas, no es difícil advertir la influencia que han impreso en la forma que tiene Robledo de entender y plasmar los dolores de la Virgen. La dolorosa, en la procesión del Jueves Santo, lleva las manos entrecruzadas con un Rosario.
Ya el Viernes Santo, al caer la noche, la dolorosa vuelve a cruzar el dintel de la Parroquia. Sola. El pueblo se echa a la calle a acompañar la pena de la Madre, que en esta ocasión lleva las manos abiertas sujetando una corona de espinas, y está bajo la cruz. La iconografía ‘Stabat Mater’ que no tenemos el Jueves Santo luce el día de la muerte del Señor.
En esta procesión puramente mariana, reside la tradición de meditar los siete dolores de la Virgen. Para ello, el cortejo se detiene en siete determinados puntos del recorrido, no sin antes anunciarlo las campanas de la iglesia de la Asunción.
Tras el anuncio del dolor, los fieles de la parroquia elevan sus cantos de esta forma:
“Y tan presto Simeón,
atroz muerte profetizas,
ay no ves cuan martirizas,
de la madre el corazón.
Por tan acerbo dolor,
oh Virgen cuando expiremos,
haced que el alma entreguemos,
en brazos del redentor.”
Se puede escuchar el canto en el siguiente audio.
Desconozco si los cantos son originales del pueblo o se estilan en otros lugares, pero si es cierto que nunca los he escuchado en ningún otro sitio, y por mucho que he buscado, jamás he hallado ninguno parecido.
Hace años, a esta tradición se añadía la costumbre de lanzar piedras a los tejados (cuando las calles no estaban asfaltadas) mientras se entonaban los dolores. Hoy día esto ha desaparecido totalmente, pero la esencia de la procesión se mantiene.
Para terminar, les cuento el que para mí es el mejor momento de la Semana Santa robledana. La noche del Viernes Santo, al dar las 12 en punto, el Cristo de la Agonía vuelve a salir a la calle en el más absoluto silencio. Pone rumbo hacia una de las entradas del pueblo, allí se encuentra un histórico Vía Crucis de granito; al llegar, la calle queda completamente a oscuras, permaneciendo iluminadas las cruces de las estaciones y el Rostro del Crucificado.
Los mayores suelen contar que esta última procesión, la del Vía Crucis, estaba reservada exclusivamente a los hombres, que acompañaban al Cristo al camino de la cruz. Hoy día, participan hombres y mujeres.
Prometo desgranar los actos del Domingo de Resurrección en otro artículo, quizá en Pascua, que es más propio. Verán como hay mucha tela que cortar.
Esta es mi raíz, y es un orgullo haberla podido compartir con todos ustedes.
Ángel Ruiz.