EXIGENCIA por Carlos Elipe

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  En el año 2011 se produjo uno de los momentos más tristes de todos los que he vivido dentro de mi vida cofrade, en este caso con la Hermandad de los Gitanos en la parroquia del Carmen.

  El pronóstico climatológico para ese Miércoles Santo 2011 era de “muy altas probabilidades de precipitaciones” a la hora de salida y como se vaticinaba, se cumplieron los peores augurios. La torrencial tormenta de agua que cayó sobre Madrid esa tarde/noche impidió que la Cofradía fuera formada y que pusiéramos un pie en la calle.

Calle del Carmen, Madrid. Miércoles Santo 2011. Foto: Olaya Oñoro

  Ya en el templo, reunido el Cabildo de Oficiales por primera vez para discernir sobre lo que debíamos hacer, se acordaba la decisión de posponer la salida, y volverse a reunir pasada media hora, desarbolándose así todo lo que teníamos preparado, apareciendo como es lógico y comprensible un pequeño desbarajuste organizativo.

  En ese desconcierto de idas y nerviosas venidas, de lastimeros valles de lágrimas, entre otros acontecimientos, a mí se me quedo grabado uno en especial. Justo antes de la segunda reunión del Cabildo, en la que ya sí, definitivamente se suspendió la procesión, numerosas personas, caladas hasta los huesos por el chaparrón que descargaba jarretes de agua, pedían entrar por la puerta de la calle Tetuán, a un colapsado templo, lleno hasta los topes de nazarenos, costaleros, acólitos, sacerdotes…. etc, todos ellos sin excesivo gobierno.

Parroquia del Carmen y San Luis. Miércoles Santo 2011. Foto: Olaya Oñoro

  En esa puerta trasera del templo, una señora me miraba con cierto desconsuelo, acentuado en su cara por un cabello empapado, escuchado mis explicaciones que posiblemente no íbamos a salir, que había que esperar, que no se podía acceder al templo ya que estaba abarrotado hasta los topes y pidiéndoles que se refugiaran en los establecimientos cercanos. Imaginaros la cara y las interpelaciones de los que allí estaban agolpados, pidiendo entrar casi a gritos mientras yo no se lo permitía. Pero creedme cuando digo que lo más razonable en ese momento para la seguridad de todos los presentes, tanto para ellos, como para los que estábamos dentro, era no abrir esas puertas.

Lectura del Acta del Cabildo que suspendía la procesión. Foto: Olaya Oñoro

 

  No estoy orgulloso de haber impedido el paso de aquellas personas, dejándolas en la calle, aparentando una total falta de humanidad.

  Pero siempre he creído que ese debía ser el nivel de autoexigencia, poniendo siempre el hombre al servicio del cargo y no al revés. Tratar a todos por igual independientemente de su apellido, actuando siempre por el bien común de la entidad y no por el personal.

  Y al revés, intentar ponerme siempre en la piel de quien tiene responsabilidades y debe tomar decisiones, para entender que esas disposiciones que toma, son cuestión por lo general parte de su trabajo y cargo y no por gustos personales, aunque no me beneficien.

  Aquella señora se terminó marchando, dejando un halo de tristeza. Recuerdo su cara desencajada al irse y su “Carlos, hijo, nos podías dejar pasar” y mi lacónica respuesta, “mamá, no debo dejar pasar a nadie y a ti tampoco, siendo tú precisamente mi madre”.

Aviso de la suspensión de la procesión al público congregado en la calle Salud. Foto para El País de Álvaro García

Carlos Elipe Pérez

Pd. Foto de portada, Puerta del Sol, Madrid el Miércoles Santo 2011 de Olaya Oñoro.
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