Es viernes 13 marzo. Al otro lado de los cristales una maravillosa tarde se deja sus mejores galas en un escenario vacío de personas.
Hoy debería estar ensayando mi pregón para la Hermandad de los Gitanos.
Pero no es eso lo que estoy haciendo.
Mis dos últimas semanas han sido un poco complicadas. Soy médico de un hospital público de Madrid. Epidemiólogo, para más señas. No les digo más.
A estas alturas, la Comunidad de Madrid y el Gobierno de España están poniendo en marcha un extenso programa de medidas de control de la epidemia por coronavirus cuyo periodo de acción inmediato es de unas dos semanas de duración.
Esto ha arrasado los calendarios de cultos, conciertos, pregones y reuniones de las juntas de gobierno, como no podía ser de otra manera.
Hoy mismo, hace unas horas, el Obispado ha anunciado el cierre de las iglesias.
Con la información que ya manejábamos hace semanas, ya veía venir lo que se nos echaba encima. Así que he tenido mucho más tiempo que la mayoría para enfrentarme mentalmente a lo que estaba por venir.
Como cofrade, me costó un rato encajarlo. No se piensen que fue fácil, pero no había otra.
Asumiendo lo mucho que hemos perdido, todavía los hay que albergan la esperanza de que a finales de marzo estas medidas permitan la celebración de la Semana Santa.
Estas medidas llegan tarde y se han tomado e interpretado de manera poco apropiada por la ciudadanía. Nos hemos tomado esto a chirigota, como unas vacaciones, cuando nos debíamos quedar en casa para así reducir la probabilidad de contactos entre personas.
Cuanto más nos empeñemos en negar el problema, más difícil de controlar va a ser éste.
Por tanto, es poco probable que entiendan que este año no vamos a tener procesiones de Semana Santa.
El horizonte que se está manejando es que hasta la tercera semana de abril, con suerte, la epidemia no estará controlada. Dos semanas después del Viernes Santo.
Así que no se hagan cábalas para el domingo de ramos. La esencia de todas las medidas de control es reducir la movilidad de las personas, evitar las aglomeraciones y dejar a las personas de mayor riesgo, los ancianos, en casa.
Es obvio que nuestras procesiones no cumplen ninguno de estos criterios.
Aún suponiendo que milagrosamente metiéramos en cintura al dichoso coronavirus, pensemos en que situación llegaremos a Semana santa.
Las bandas han cesado por completo en sus ensayos. Suponer que agrupaciones de cien o más músicos van a ser capaces de recuperar la normalidad en una semana no es realista. En todo caso, lo que podríamos ver serían bandas con pocos ensayos y con escasa plantilla.
Nuestras cofradías tampoco saldrán mejor paradas en lo que respecta a costaleros, anderos, hombres de trono o nazarenos. Si ya andamos flojos en condiciones normales…
Pero esto es lo de menos.
Lo que importa es la responsabilidad. Las Hermandades tienen que ser ejemplares en sus actos. Tenemos que ser parte de la solución y no el problema.
Tenemos que pensar en nuestros hermanos, igual que pensamos en el patrimonio cuando amenaza lluvia.
Sabiendo que estas aglomeraciones constituyen un riesgo no es entendible que nuestras corporaciones expongan innecesariamente a sus hermanos y al público que las sigue. Y de manera indirecta, a toda la población.
¿O preferimos que venga la Guardia Civil a suspender los actos?
A lo largo de la historia hemos cancelado cientos de procesiones por epidemias, catástrofes, revoluciones, conflictos o simplemente por que la crisis económica nos dejó sin dineros para comprar cera.
Y nos hemos vuelto a levantar.
Tampoco se trata de tener una fe ciega en que no nos vamos a infectar. Lo he leído en las redes sociales. Ya somos mayorcitos. El mejor regalo que hizo Dios a los hombres es su inteligencia así que sería bueno emplearla y no tentar al Señor.
Otros piensan que es un buen momento para que las hermandades fortalezcan su vertiente asistencial con los enfermos. Siento decir que en una epidemia, lo único prioritario es extinguirla y toda actividad caritativa con enfermos es una imprudencia.
Cuando me releo, me doy cuenta de la dureza de lo que estoy diciendo. Supongo que a ustedes todavía se les hará más cuesta arriba.
Pero no hay otra.
En mis 25 años de vida profesional como epidemiológo, nunca había visto nada así en España. Desde la epidemia de gripe de 1918 no nos enfrentábamos a algo parecido.
Incluso a mi, todo esto se me hace extraño. Es como un mal sueño.
Les pido, en caridad, que recen por mis compañeros sanitarios que están trabajando en las urgencias y en las plantas de hospitalización atendiendo a los enfermos.
Todos duplican turnos de trabajo. Muchos de ellos están siendo infectados. Se les manda a casa para que se recluyan en una habitación sin contacto con la familia, esperando su recuperación para volver al trabajo. Alguno está en grave estado.
Recen por los enfermos y sus familias. Muchas marcadas por el estigma de una enfermedad contagiosa. Y recen por los que han muerto. Ya llevamos unas docenas y solo estamos empezando.
Cuando esto acabe en unas semanas, nos daremos un abrazo. Y nos deberán a todos los cofrades una Semana Santa.
Yo, que este año me pensaba retirar del grupo de apoyo de la Lira de Pozuelo, me voy a tener que reenganchar para volver a escuchar “Mi Amargura” en la puerta de todas las iglesias. Me pueden las ganas.
De subir la Paz tras el palio de las Angustias. De ver como rozan los varales del Dulce Nombre los balcones de la calle Nuncio. De volver con Medinaceli por Cedaceros. De tocar “Campanilleros” en el Carmen y “Hosanna in Excelsis” bajando Toledo o “La Madrugá” en Duque de Medinaceli.
Me pueden las ganas y se me saltan las lágrimas.
Juanjo Granizo