Si nos llegan a decir el miércoles de ceniza que esta cuaresma iba a ser así de intensa, no tengo claro que la hubiéramos esperado con tantas ganas.
El coronavirus se ha adueñado de nuestros cuarenta días de desierto, ha dejado nuestra ilusión empobrecida, yerma, y nos mantiene con la mirada puesta no en el cielo; sino en las estadísticas del Ministerio de Sanidad.
Pero, ¿estamos siendo responsables? Y una pregunta mejor aún, ¿la visión cristiana y cofrade de una pandemia es responsable?
Vivimos días en los que escuchamos decir que “la Semana Santa no se suspende porque ya tiene una fecha estipulada”; o que “la Virgen tiene las manos inmaculadas y está exenta de virus”. Señores, pensemos, que luego decimos que nos dicen.
Quizá, amigos, no sea correcto refugiarse en la fe en esta ocasión; sino en una de las virtudes cardinales: la prudencia. Es temerario no suspender actos religiosos porque “el Señor nos protege”, es una locura por mucho que nos duela la cuaresma. Compréndanlo.
A partir de aquí mi visión, completamente subjetiva, claro está, de cómo debemos vivir los cofrades esta crisis. O de cómo pienso vivirla yo.
Seguro que recuerdan ustedes aquella paradoja ignaciana que decía “trabaja como si todo dependiera de ti, confía como si todo dependiera de Dios”, pues bien, quizá sea una de las ideas más acertadas para acompañarnos en esta cuaresma tan convulsa.
Nunca debemos olvidar que Jesús, aun sin serlo, se hizo parte del mundo; vivió bajando al barro y quiso pasar por lo que todos pasamos. Así también lo quiso para sus seguidores, presentando un proyecto de Reino que no pertenece a este mundo, pero se encuentra en él. Somos seguidores, no santos exentos de epidemias. Reflexionemos la posición, tengamos fe, pero no seamos milagreros.
Las manos de las imágenes contagian, el gesto de la paz contagia, la propia comunión contagia; y no es contrario a nuestra fe, sino lógico.
En este juego de virtudes, teologales y cardinales, debemos mantener la prudencia llevando a cabo un ejercicio de responsabilidad, entendiendo que la cuaresma se puede vivir igual desde casa, y que la presencia de Jesús permanece en la soledad y el miedo del desierto. Y, aunque debemos también mantener la fe, no podemos permitir que se convierta en enemiga de la prudencia. Usémosla ahora para poner en manos de Dios el trabajo de los profesionales sanitarios, sus fuerzas y su grandísima dedicación.
Perdemos cultos, y con ellos la ilusión de cada año; pero recuerden que Jesús oró solo en el desierto, imitemos este año al Señor también en esto.
La mejor manera de hacerlo, abrazados a la era tecnológica, es hacer caso a los hashtag que se nos proponen continuamente e invaden nuestras redes sociales. La de #MeQuedoenCasa es una de las mejores y más necesarias etiquetas de los últimos años, pero permítanme dar difusión a otras que he visto de pasada: #YoCelebroenCasa o #Yorezoencasa. Cojamos el testigo de la Conferencia Episcopal y practiquemos, por una temporada, la comunión espiritual. Hagamos caso y vivamos nuestra dimensión cristiana en la intimidad de nuestro hogar, protegidos y con algo de miedo, que es humano, al igual que lo fue con los primeros seguidores de Jesús.
Dejemos de mirar fijamente a esta pertinaz lluvia que supone la suspensión de las procesiones, y sigamos viviendo la cuaresma, porque la de este año tiene, si cabe, más sentido que ningún otro.
Dejen de llorar la suspensión de la Semana Santa; la Semana Santa no se suspende, solo los cortejos. Recuerden que la primera Semana Santa de la historia se vivió a escondidas y con miedo
Busquen vivir las fechas sin exponerse al peligro, que es humano y cristiano temer.
No quisiera terminar sin enviar desde aquí un abrazo fraternal a todas y cada una de las Hermandades de penitencia de nuestro Madrid, sabia decisión la suya de no salir este año. Nos vemos en 2021 para vivir una de las semanas de pasión más bonitas de nuestra historia.
Sean apóstoles, sean responsables.
Ángel Ruiz
#YoCelebroenCasa
#Yorezoencasa
Foto de portada @Comunihdad