Foto de portada: «Los ojos de la Esperanza»
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Quedan apenas unos días, unas horas, unos sueños para que llegue ese anhelado Domingo de Ramos, ese día de alegría, emociones e ilusiones que todo cofrade espera. Serían días de nervios en los que la mente dice “esto ya se ha acabado”, frase que los cofrades decimos cuando estamos tocando con los dedos de nuestra mano la gloria… el sueño hecho realidad de una nueva Semana Mayor en nuestra Sevilla. Sin embargo, este año todo es diferente, hemos descontado días para no ver a Nuestras Imágenes recorrer cada rincón de la Ciudad. Hemos quitado hojas al calendario de un año en el que intuíamos que iba a ser difícil al llegar esta fecha, pero sinceramente, creo que es más que difícil, es doloroso para el alma del cofrade saber que no tocaremos el cielo en una semana que soñamos.
Estamos terminando una Cuaresma, que este año, aunque vivida entera ha sido disfrutada a medias, no ha sido completa nos ha faltado limpiar plata, noches de ensayo, Templos repletos de hermanos para rezar en los Cultos de la Hermandad, esa chispa de ilusión y convivencia con hermanos, con amigos, con Sevilla.
Todas estas sensaciones y más las vive cada cofrade, cada “jartible” en su interior y se expresa en las muchas charlas que tenemos entre nosotros, y la palabra que más se repite es “duele”. Y sí, duele, y quizás este año duela más porque somos más conscientes de la situación que se está viviendo a consecuencia de la pandemia y duele, pues es un año que aunque sabíamos que no tendríamos procesiones en la calle se nos viene de frente la realidad, la palpamos y pisamos el suelo sabiendo que es real, no va a caminar Dios por Sevilla.
Dado este cúmulo de sentimientos dejadme simplemente comparta con vosotros todo lo que mi mente evoca sabiendo que mi corazón se va a quedar huérfano estos días; dejadme que os cuente lo que sé que mi corazón anhelará en los próximos días.
Llegará el Viernes de Dolores y me levantaré con esa sensación en el estómago, con esas mariposillas del que se enamora a primera vista. Llegaré a mi Hermandad de Pasión y allí estará Ella radiante, elegante y señorial. Pero este año Nuestra Madre y Señora de la Merced no nos estará esperando en el pasito de traslado; presidirá la misa en su honor pero después no la cogerán las hermanas y devotas sobre sus hombros para trasladarla a su paso de palio. Estaré allí delante de la Virgen, llenándome de su esencia, de su mirada, de su belleza… sé que caerán lágrimas por mis mejillas al igual que ahora al soñarla pero aun así sentiré el orgullo de ser mercedaria, de llevar Su Nombre a los Centros Penitenciarios y ser Sus manos ante los cautivos; sentiré que Ella me mira de manera distinta y recordaré el inmenso privilegio de haberla llevado sobre mis hombros, de haber sentido el peso de su Merced una tarde noche de Viernes de Dolores mientras se entonaba en la Iglesia Colegial del Divino Salvador el Ave María de Caccini a la vez que todos los presentes no podíamos alejar nuestra mirada de Su presencia. Sentiré el abrazo de mi Madre y me cogerá de la mano, como lo hace cada día en mi caminar, pues incluso antes de yo saberlo, ya velaba por mí y soñaré, soñaré verla esperando la certeza de volver a vivir esos momentos.
Con el sueño de la Virgen de la Merced en mis pensamientos no podré estar con el Señor del Gran Poder cuando baja de Su altar en la ya media noche mientras el reloj marca los primeros minutos del Sábado de Pasión. No viviré ese silencio en la Basílica cuando la emoción te desborda al ver moverse muy lentamente su Imagen… y no estará en ese momento María Santísima del Mayor Dolor y Traspaso presidiendo su impresionante paso de palio. No, no lo viviré, pero desde casa, al cerrar mis ojos evocaré esos recuerdos y rezaré esas mismas oraciones y pediré y agradeceré vivir de mis recuerdos, agradeceré tenerlos, agradeceré haber estado todos esos Viernes allí, en el mismo Cielo, con Dios.
Sé que mi corazón sentirá toda esa nostalgia… y llorará cuando el Domingo de Ramos no se abran las puertas de la Parroquia de San Sebastián y esa Cruz de Guía no pise las calles del Porvenir, cuando nazarenos blancos no se adentren en el corazón de la Ciudad proclamando la Victoria de Dios… No sonará el llamador avisando a los Legionarios ni el sol deslumbrará al reflejarse en el dorado del paso de misterio de mi Cristo mientras suena la marcha Nuestro Padre Jesús de la Victoria abriendo las puertas de la gloria a una semana de ensueño. No, Él no orará al Padre mientras cargan la cruz sobre sus hombros… no, no lloraré de emoción al verlo reinar en el barrio. Lloraré, sí, lloraré por no ver el Palio blanco de mi Virgen de la Paz a los sones de Su marcha, esa que para mi evoca los sonidos del Domingo de Ramos… No, no caminaré pegada a Ella, pero mi mente soñará cuarenta días a su lado, cuarenta años de devoción, años de ilusiones, años blancos junto a mi Señora. Ese rincón de mi corazón cofrade tendrá la nostalgia al verlos dispuestos en el Altar Mayor de la Parroquia y no en sus pasos, pero estaré con Ellos, rezaré y agradeceré poder estar este año allí, ante Su presencia en mi turno de vela… me emocionaré y me llenará la blancura y hermosura de mi Virgen de la Paz y observaré la mirada implorante de mi Señor de la Victoria y no despegaré mis ojos de Su mano, esa que me coge cada día y a la que me aferro en buenos y malos momentos… pues mi Señor siempre te ofrece Su mano…
Subiré la persiana de mi habitación la mañana del Lunes Santo y miraré al cielo de Sevilla pidiendo que no caiga ni una gotita de agua… costumbre… pidiendo que luzca el sol radiante para que nada me impida no estar totalmente pegada al manto blanco de mi Señora de la Salud, que nada me impida caminar con Ella como cada Lunes Santo desde aquel año 2001 en el que dejé de pedir Salud para mi padre y comencé a rezar por su alma a cada chicotá de mi palio blanco… Mi corazón llorará sabiendo que ese era el día de ver al Soberano Poder de Dios caminar con elegancia por Sevilla mientras una mezcla de sentimientos llenan mi pecho… y llorar, sí, lloraré pero no será de la emoción de verlo, será del dolor de no ver cómo lleva su amor a los ancianos del asilo o no sienta cátedra al entrar en Campana… no sonará Requiem, ni Costalero del Soberano, ni Noches del Lunes Santo… ¿O sí? Sí, sonaran en mis recuerdos… y al caer la noche, ya de recogía no dejaré de entonar la Salve a Nuestra Señora de la Salud, por ser refugio “del enfermo, del que llora, del que sufre, del pecador, Esperanza salvadora, blanca Estela radiante de luz” y sonreiré con el alma encogía pues la “Niña de mis ojos”, mi Virgen de la Salud, estará conmigo y con los míos, pues sus oscuros ojos no han dejado de mirarnos desde hace más de veinte años, sí, la mitad de mi vida, Ella evoca las oraciones al pedir Su nombre para mi familia, amigos y enfermos… Este año volveré a ponerme mi medalla de cordón rojo y por un instante sentiré que nada es distinto, y despertaré del sueño y me enfrentaré con la cruda realidad cuando entre en la Parroquia de San Gonzalo y esté frente a Ellos guardando otros recuerdos en mi corazón… y sonreiré por el enorme privilegio de poder rezar allí… estaré pegada cada instante al manto blanco de mi Señora…
Recuerdos y recuerdos, anhelos que se mezclaran con las estampas que viviremos este año… no buscaré a la Virgen de la Cabeza en la noche del Miércoles Santo para leer en su techo de palio “Gloria a los héroes del Santuario”, no veré la alegría en el caminar de la Virgen de la Candelaría, no me emocionaré al ver al Cristo del Buen Fin o con la sobriedad del Cristo de la Buena Muerte de Estudiantes, refugio de mis oraciones en mi época universitaria. Soñaré hasta ver amanecer el Jueves del Amor Fraterno, en que me pondré mi mantilla y encaminaré mis pasos hasta la plaza de los sueños para estar con mi Señor de Pasión, y lo primero que dolerá será volver a mirar a las escaleras de la Iglesia y no ver la ”rampla” y saber qué horas más tarde Él no la bajará en su altar de plata. Será un día de vivencias con los hermanos de una manera muy distinta, agradeciendo poder admirar al Señor en su Jueves, sintiendo la presencia de Jesús hecho hombre y rezando por todos aquellos hermanos que estarán lejos y sus oraciones no serán ante Él sino a través de una estampa… Mi corazón me imaginará dentro de la Iglesia en la tarde de ese Jueves mientras se forma la cofradía con el nerviosismo de ver abrirse las puertas y comenzar la Estación de Penitencia… No, no veré a Jesús caminar ni sonará el violín interpretando la marcha “Margot” mientras camina hacia la puerta mi Madre de la Merced… pero en ese instante, cerraré mis ojos y la veré y le pediré que el año que viene nos deje caminar con Ella en la noche del Jueves Santo, mientras cubre de elegancia y señorío las calles de Sevilla. Abriré mis ojos y sonreiré por tenerla cada día en mi vida.
Quizás el momento mas difícil llegue cuando de madrugada no esté repleta de gente la calle Pureza ni suene Silencio Blanco en los primeros pasos del Santísimo Cristo de las Tres Caídas, cuando el barrio se vuelva alegría con las cornetas de la Banda que viste de blanco para acompañar al Hijo de Dios… estaré nerviosa y llorará mi corazón porque mi Esperanza no llenará Sevilla con Su Nombre, que tanta falta nos hace… Evocaré infancia, juventud, años buenos y malos, ilusiones, rezos y plegarias… La mañana del Viernes Santo la viviré de recuerdos hasta el momento de encontrarme con Sus ojos y hasta ese instante, cerraré los míos y al rezar la Salve Marinera evocaré su recuerdo, Su boca, Su perfil, Su penetrante mirada… soñaré con su mecida por las calles del barrio, con su “roneo”, con vítores y lágrimas, con oraciones y promesas, con sentimientos, con recuerdos, con anhelos e ilusiones pues Ella recoge en un instante todo lo que mi corazón siente. La Señora recoge mi último pensamiento, mi última imagen antes de dormirme, vela mis sueños y en mis sueños yo la busco… Y en el amanecer del Viernes agradeceré por el enorme privilegio de ser trianera, y soñaré que estoy viendo los dragones de los basamentos de sus varales, el angelito con el chupete en su respiradero, las largas bambalinas, sus velas rizadas o ese pañuelo que nos ofrece para que sequemos nuestras lágrimas. Sentiré que estoy en ese rincón en la Capilla observándola sin pestañear, pues es tan grande mi dicha de tenerla delante que el corazón no puede contener su emoción… y sí, lloraré de alegría por ser trianera y tener ese inmenso privilegio de haberla tenido tantos años para mí… Me llenaré de recuerdos, de sonrisas y de oración… porque Ella, mi Esperanza, es el epicentro de mí existir… mi refugio y mi consuelo, y volveré a sonreír.
Y en esa sonrisa soñaré la gran zancada del Señor del Gran Poder mientras me parecerá que oigo el racheo de su caminar, ese racheo que en el silencio de Sevilla ves andar a Dios mismo… Soñaré la Imagen del Señor, buscaré sus perfiles por la Plaza del Museo y lo encontraré en el Altar de su Basílica… Lo soñaré, lo buscaré y lo encontraré en la Madrugá del Viernes Santo… lo soñaré, lo buscaré y lo encontraré como cada día… lo encontraré llena de emoción y suspiraré. Lloraré al pensar que mi Señora del Mayor Dolor y Traspaso no caminará señorialmente por las calles de Sevilla, con paso firme y ligero oyendo cada una de las plegarias que Sus hijos dejan a su paso… soñaré mientras evoco ese recuerdo de verla entrar en la calle San Vicente a la vez que asoman las luces de la aurora, esa última vista de la que es mi debilidad alejándose y volveré a santiguarme diciendo “hasta el año que viene, en el mismo sitio”… y sonreiré por tener cada día a Mi Señora en su altar, por poder acercarme a Ella cada vez que necesito refugiarme en Su dulzura… ¡déjame que te sueñe María!… y la soñaré y la encontraré a la derecha de su Hijo… Y en este encuentro volveré a sentir el Gran Poder de Dios que cada día me protege.
Dejadme que os diga, que esta situación duele, que por más que se entiendan las consecuencias de esta pandemia el corazón cofrade no deja de llorar… que no viviremos esos momentos que esperamos y querremos, queremos que estos días pasen rápido y volver a comenzar la cuenta atrás del Domingo de Ramos de 2022, esperando que todo vuelva a ser como antes. Ante este dolor cofrade yo voy a intentar vivir este año de otra manera, buscando el consuelo del dolor en los ojos de Jesús y de Nuestra Madre… es difícil pero no hay Pascua sin Pasión… y lo más importante es que Él resucitará.
Elena del Rocío Romero Peralta – Cuaresma 2021