UN TIEMPO PARA SER MÁS HUMANOS por Juanjo Granizo

Nos hemos instalado en el miedo. Especialmente en Madrid, desde donde escribimos la mayoría de los que colaboramos en “Una Vida Cofrade”.

Es normal. Sería para hacérselo mirar si no es así.

En nuestro jardín están creciendo zarzas y malas hierbas, pero de nosotros depende que no ahoguen a las rosas.

Junto al miedo, hay otros sentimientos.

No hay que perder el ánimo. Saldremos de esta como sociedad aunque algunos de los nuestros se quedarán por el camino y eso nos causará un dolor inmenso.

Ese será uno de los males que tenemos que aliviar. Seamos consuelo especialmente para las familias que han perdido a un ser querido sin haberse podido despedir de él ni rendirle el correspondiente duelo.

Esto lo podemos hacer ya. La tecnología está siendo un alivio muy eficaz para saber los unos de los otros, para comunicar sentimientos y para llevar consuelo.

Cuando esto acabe, nuestras hermandades podrían – es una sugerencia – ponerse a trabajar en esta línea, organizando los actos religiosos (y sociales) que se estimen oportunos para curar esa herida.

Tampoco sirve de nada huir de la realidad. Pero es una reacción normal colocar la mente en un tiempo imaginario en el que ya no exista este mal y soñar con procesiones extraordinarias, viajes maravillosos o fiestas estupendas.

Lo estamos leyendo estos días, sobre todo desde que la Congregación para el Culto dijo que se contemplaba “la posibilidad” de que algunos actos de piedad popular, especialmente los celebrados en el triduo pascual, se podrían trasladar al 14 o 15 de septiembre.

El documento hace esta afirmación en sus últimas líneas ya que verdaderamente está destinado a orientar la liturgia de cara a la próxima Semana Santa.

Creo, sinceramente, que no es momento de hablar de ello. Hay que centrarse en lo importante que es el aquí y el ahora.

En el futuro, ya veremos que ganas nos quedan de otras cosas y que capacidad tenemos para afrontar nuevos proyectos.

Por que cuando esto acabe la prioridad será la reconstrucción económica de la nación y la ayuda a aquellas personas que salgan peor paradas de esta epidemia.

Todo lo que hagamos a partir de ese momento, debería ir orientado en esa dirección.

En estos días es bueno recordar la obligación que tenemos de defender la verdad. Bien informados para saber que suelo pisamos, pero también les digo que la sobreinformación no sirve para nada.  Escuchar horas y horas deprimentes telediarios es nefasto para la salud mental.

Tampoco voy a negar a nadie su derecho a discrepar, protestar, apoyar o sencillamente opinar.

Como decía Clint Eastwood: “las opiniones son como los culos, todo el mundo tiene uno”.

Entiendo sus enfados. Pues imagínense como estamos los sanitarios. También les digo, que a poco objetivo que uno sea, muchos de los datos e informaciones que aparecen estos días como armas arrojadizas son parciales, sesgados, carecen de comparación objetiva y desde luego admiten muchas interpretaciones.  Así que un poco de objetividad, por favor.

Tiempo habrá de quejas, que las tiene que haber.

La cuestión es para que sirve todo ello. Creo que este momento, para nada positivo. Ahora lo importante es salir del agujero.

En los cuatro grupos de whatsapp de profesionales sanitarios en los que estoy no he leído una sola crítica: nos mandamos vídeos cuando se da el alta a un paciente, actualizaciones de información y nos seguimos felicitando los cumpleaños.

También son verdad las muchas cosas buenas que están pasando: las historias de solidaridad, de superación, de sacrificio que cada día ocurren en nuestras calles.

Cuando San Ignacio estaba convalenciente de sus heridas en el sitio de Pamplona, decía que leer novelas de caballerías no le ocasionaba ningún beneficio, pero que leer vidas de santos le daba un gran consuelo.

San Ignacio era un gran conocedor de la psicología humana. Hágale un poco de caso. Seamos positivos. Seamos mensajeros de buenas noticias. Llevemos el consuelo de las buenas noticias.

Mi reflexión más importante estos días no es saber que falló ni que se hizo bien.

Nuestro estilo de vida se ha resquebrajado. No se ha hundido. No seamos cenizos: tenemos agua en el grifo, electricidad en los enchufes y comunicaciones eficaces. Cada cuatro horas un coche de policía pasa por mi puerta. No dramaticemos más de lo necesario. Eso si, seamos prudentes y sensatos para que no empeoren más las cosas.

Pero es verdad que nuestra vida descansaba sobre seguridades y certezas que han demostrado ser frágiles e inciertas.

Hemos puesto nuestro corazón en lo mundano y no en los valores espirituales.

Nuestro espíritu estaba lleno de mundanal ruido y ahora que el mundo está en silencio nos asusta ese vacío.

A ver si aprendemos. Tenemos ahora un tiempo precioso para reflexionar y para orar. Para recuperar esa Misa diaria que parece que teníamos olvidada y que la televisión e internet pueden meter en nuestra casa.

A mí me es de gran consuelo seguirla a diario desde You Tube y ver que mis curas siguen al pie del cañón.

El jardín de la vida hay que adornarlo con las flores de la virtud, no con bienes ni con actividades vacías.

Hablando de eso, de las actividades: en un plano un poco más material cuanto bien le haría a más de uno saber tocar un instrumento, haberse aficionado a la lectura o disfrutar de la buena música. A ver si también aprendemos a valorar el ejercicio, como fuente de salud para el cuerpo y la mente.

Y una última idea.

Posiblemente nuestro mundo empiece a cambiar después de esto. Al principio no lo notaremos mucho, ya que tendremos ganas de recuperar la “normalidad” perdida, pero cambió tras el 11 S y cambiará tras el coronavirus.

De nosotros depende que ese cambio sea para bien o para mal: para ser más justos, más solidarios, más pacíficos. Más cristianos. Más humanos.

Juanjo Granizo

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Foto de cabecera. @Comunihdad – Cristo de los Doctrinos 2019, Alcalá de Henares – Madrid.

 

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