A SOLAS ENTRE TANTA GENTE por Carlos Elipe

 

En esta vida cofrade, si tuviera que resumir  que es lo que soy, la repuesta es sencilla: soy Nazareno. Cual humilde cirineo, mi sitio mas preciado está portando la luz que ilumine a los Benditos Titulares que acompaño.

 

© Pablo Emilio Muñoz Cordero 2015

  Hay quien me ha dicho que no entiende lo de ser nazareno, o que es no es capaz de soportar el capirote, incluso y cito literal, a quien le parece simplemente “un rollo». En fin, cada uno a lo suyo.

  Solo puedo dar fe de lo que yo siento y como en la tranquilidad y la calma de un puesto en una fila de nazarenos y refugiado en el anonimato que proporciona el antifaz, la vida se para. Momento maravilloso que nos permite poder hacer un acto real de contrición, poder reflexionar tranquilo, realizar una clara protestación de fe hacia los demás y honesta hacia uno mismo.

Y siendo uno más entre los nazarenos de una Cofradía, te pasan cosas como la siguiente.

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Miércoles Santo, calle de la Salud.

Foto original: Juan Carlos Larios 2010

  Acicalado con el ropaje blanco y morado de un hábito nazareno, con la capa ondeada por la suave brisa de una noche de primavera, concentrado y teniendo siempre presente lo que rememoramos, nada menos que la subida al Gólgota de nuestro Señor.

  Tras el antifaz, sosiego, mirada al frente, paladeando la agradable sensación de estar a solas entre tanta gente, sintiendo arrollador lo que tras de mí voy acompañando. A mi espalda tengo a quien todo lo puede y mi penitencia pasa ahora por no poder verle y disfrutar de uno de esos momentos, que en una Cofradía son sublimes.

  La luz es tenue y el olor a canela y clavo es embriagador.

  Desde el inicio, ya en la calle Salud, revirando al compás de Saeta, estremece el Señor con su imponente presencia a los fieles, que por miles abarrotan nuestra particular Vía Dolorosa. Manos enrojecidas de tanto aplauso emocionado, rostros absortos por una verdad que todo lo envuelve.

 

Foto: Juan M. Casillas 2012

  Y entre esos seducidos semblantes de los devotos allí agolpados, llegando al Carmen, a mi derecha advierto una cara conocida. Es un mar de lágrimas, llenas de una apasionada devoción que glorifican el momento. Su llanto conmovería a cualquiera como lo hace conmigo.

  Paso a su lado, donde mi aliado antifaz invariablemente me permite el no ser reconocido, extiendo mi mano y como ingenua recompensa al afligido momento le regalo una estampita, que es todo lo que tengo. Me mira, la besa y se la guarda, sin que esto le haga dejar de sollozar un solo segundo, sin abstraerse del desconsolado momento, volviendo de nuevo y casi de manera autómata la mirada hacia ÉL.

  Me siento verdaderamente reconfortado. No me hace falta ver lo que a mis espaldas acontece, me lo muestra esa mirada emocionada. Estoy siendo partícipe y consciente de lo que ÉL es capaz de trasmitir a quien se le acerca de manera sincera.

  El compromiso de hacer catequesis en la calle parece cumplido.

Carlos Elipe Pérez.

Foto: Juan Benavente

 

 

Foto de portada: Juan M. Casillas 2012

 

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