HAY QUE PENSAR EN LA VUELTA por Juanjo Granizo

 

   La marea está bajando. Parafraseo a Churchill en un momento en que las fuerzas militares del Eje empezaban a cosechar más fracasos que éxitos para referirme, claro está, a la puñetera pandemia.

   Ha empezado el desconfinamiento de una manera un poco confusa. Y quizás lo más confuso es lo que viene después del fin del confinamiento, algo que tiene el inquietante nombre de la “nueva normalidad”.

   No sé que demonios es eso, pero me imagino lo peor.

   El caso es que a partir de ahora habrá una cierta relajación de las medidas que permitirían una progresiva vuelta a la normalidad de la Iglesia y de las Cofradías.

   Por otra parte, el alcalde de Madrid ha avanzado que no tendremos actos multitudinarios hasta el otoño, decisión que me parece (lo digo como epidemiólogo) razonable pero que echa por tierra cualquier idea de procesiones extraordinarias en la capital con motivo del 14 de septiembre.

   Es más que probable que las grandes ciudades de la corona metropolitana de Madrid, desde las Rozas a Parla o de Alcalá a Móstoles, tomen la misma resolución.

   De cualquier forma, esperemos un poco, ya que en estos tiempos se planifica con dos semanas de plazo y septiembre queda muy lejos aún.

   Pero como ya he dicho en esta columna, lo de menos son las extraordinarias.

   Muchas hermandades han habilitado estos días bolsas de caridad y programas de voluntariado para paliar un poco las penurias del momento. No quisiera dejar pasar la oportunidad de agradecerles su labor. Han sido una luz iluminando al mundo, verdaderas imágenes del Señor entre nosotros. Un ejemplo para todos.

   Ahora miremos al futuro.

   Los problemas de la sociedad española, de la Iglesia y de las Hermandades van a pasar por estañar los daños morales y económicos que la pandemia está dejando.

   Lo primero, en lo espiritual, será rezar por los fallecidos, acompañar a sus familias y ayudar en lo posible a los que han padecido directamente las consecuencias del virus.

   Otro frente será el de la Caridad, que va tener tajo para dar y tomar.

   Cuando hablo de los daños morales incluyo en ellos el coste emocional que estas semanas están teniendo en todos nosotros de alguna manera. A diario hablo con mucha gente para preguntar por ellos y veo hartazgo, miedo, duda…desesperación.

   En las urgencias de mi hospital, hay más casos de crisis de ansiedad, intentos de suicidio y cuadros relacionados con la tensión emocional que de coronavirus.

   Va a ser un reto, de toda la sociedad, poner un poco de orden en nuestras maltratadas cabezas y en nuestros sentimientos.

   Creo que para los que somos religiosos y posiblemente para muchas personas que tienen una raíz cristiana, nuestras Hermandades y la Iglesia pueden ser una ayuda en el más amplio sentido. 

   La economía va a ser el otro gran problema. Como pasó en la anterior crisis, el varapalo económico va a suponer una merma del número de hermanos o socios y una reducción generalizada de los ingresos.

   Pero hay más problemas, quizás más sutiles pero no por ello, menos complejos de resolver.

   Nuestras entidades se sostienen del contacto y la relación entre sus miembros. En el caso de las bandas de música ni les cuento el destrozo que supone la pérdida continuada de ensayos.

   Retomar nuestros proyectos religiosos, culturales, sociales, formativos…va a ser complicado. Habrá miedo, habrá limitaciones, faltarán recursos.  

   La vuelta a la normalidad va a ser lenta y viene con marcha atrás. El temor a un rebrote de la enfermedad con la llegada del invierno nos va a tener en vilo seguramente hasta 2022 (lo dice la universidad de Harvard) aunque dentro de un año seguramente las cosas ya estarán suficientemente tranquilas. Lo espero, no lo afirmo.

   Es el momento de que las Juntas de Gobierno empiecen a planificar sus actividades y estudien la manera de ponerse en marcha y esperar, claro está, las directrices del Obispado.

   Creo que es un buen momento para que las Hermandades hablen entre ellas (siempre ha sido buen momento, pero ahora es obligado) y si ese dialogo es amparado por nuestro obispado, mejor.

   Habrá que trabajar, imaginar, luchar, sufrir y quizás, reinventarse, pero es el momento de reconquistar la normalidad.

   La “nueva normalidad”.

   Juanjo Granizo

 

 

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