Hace unos días les hablaba de cómo nos tocaba este año vivir la Semana Santa. Quizá pequé de hablarles cuando aún no había llegado, cuando la pena aún no había hecho un acto de presencia tan real como ahora.
Ha llegado el Triduo Pascual, y ha llegado de una manera arrolladora, se ha permitido propinarnos un guantazo con la mano abierta, si me permiten la expresión.
Todo lo que les cuente de lo que estamos pasando estos días les sonará de mucho, porque si no es lo mismo, se parecerá en gran medida a lo que ustedes mismos llevan dentro.
Estamos acostumbrados a la lluvia, a vivir acompañados de la incertidumbre hasta el último momento, en el que ya tenemos puesto el antifaz o el costal; ese momento en el que, con todo hecho, con todo cumplido como dijo Aquel, se nos dice que no.
A eso estamos acostumbrados porque tenemos muchos abriles lluviosos en las espaldas. Pero no estamos hechos a convivir con la certeza, pensábamos que sí, que un mes para mentalizarnos sería suficiente, que no pasaba nada por iniciar la cuenta atrás un poco antes. Como si nada hubiera pasado. Pero pasa, ya lo creo que pasa.
Dicen las malas lenguas que Madrid no es cofrade, que no tiene tradición.
Madrid es lo que le de la gana, señores.
Madrid también es la túnica recién planchada que espera la semana más grande del mundo cristiano, también es el olor a incienso en el corazón de la Villa y Corte, es el recogimiento de la calle Cordón que desemboca en la grandiosidad de la plaza de la Villa. Madrid sois vosotros, los seguidores del nazareno que año tras año os tapáis la cara, porque solo queréis mirar y no que os miren.
Madrid es hoy el llanto de quien no puede cumplir una promesa, de quien ni siquiera puede acercarse a la calle del Carmen, o a la calle del Nuncio o de Toledo a dejar un clavel rojo en las puertas que son las de su más grande ilusión.
En Madrid también late el corazón de la historia del nazareno que mataron hace 2000 años y que huele ahora a canela y clavo.
Pero este año late para dentro, que es donde más falta hace.
Se nos ha puesto a prueba para que comprendamos que si nosotros sacamos siempre al Señor, ahora es Él quien nos tiene que sacar.
Cuando todo acabe, cuando toda la pesadilla haya pasado, Él nos sacará a la calle y nos preguntará si hemos tenido fe.
Y estoy seguro, de que con la túnica planchada, responderemos el sí mas rotundo de nuestra vida.
No me quiero extender esta vez, son días de poco hablar y mucho pensar.
Pero no me quiero despedir, aunque la separación ya vaya a ser poca, sin pedirles por favor que den la mano al Triduo Pascual de este año y lo vivan intensamente. Porque la Semana Santa no se nos ha ido, ni se irá nunca.
Recuerden que somos discípulos de un Dios que divinizó lo humano, y humanizó lo divino, qué más queremos.
Sintamos que en casa nos acompaña, que igual que anda por la calle Alcalá cada Viernes Santo, anda por nuestros pasillos y habitaciones; llena las salas de estar y aplaude desde los balcones.
Veamos como se postra en una cama de hospital, o carga con una mascarilla y turnos de trabajo infinitos. Porque este año, esa es la pasión que toca.
Recordemos que fue sepultado en la soledad más absoluta, que su madre penó hasta no poder más. Recordemos la desesperanza y la falta de fe de sus amigos.
Recordemos el encierro de aquellos discípulos que creyeron en Él, y tuvieron que verle muerto.
Pero por favor recordemos, sobre todo, su RESURRECCIÓN.
Ángel Ruiz.
Vídeo editado por el Excmo. Ayuntamiento Madrid @MADRID