Es ahora Ángel Ruiz quien nos retrotrae a la salida extraordinaria de Jesús de Medinaceli del pasado sábado cinco de octubre, desglosandonos de una manera siempre especial su visión de la misma, que además añade un mes más, una rica entrada a su magnifica columna «CRÓNICAS DE UN PESCADOR».
Ángel me envió este texto, sin conocer el contenido que he publicado esta mañana. Esta verdad es imnegociable.
Ahora y siempre de acuerdo con él, le hago mi rehén para que veamos que no es una pose lo que expliqué en la entrada anterior de Antonio Aguilar, sobre como trabajo en mi web. Insisto, se puede colaborar con esta página web, dando un paso adelante y firmando lo que se publica. Y no siempre tendré que estar de acuerdo, como no lo estoy ahora tampoco con Ángel ni con el 100% de lo que se publique. Creo que hay que escuchar más al que tenemos enfrente, antes que a nosotros mismos.
Ángel, como siempre, esta web, tu casa.
Carlos Elipe Pérez
REY DE REYES; Y SEÑOR DE MADRID
“Mil gracias derramando,
pasó por estos sotos con presura,
y yéndolos mirando,
con sola su figura
vestidos los dejó de su hermosura.”
Les confieso que no podía quitarme este fragmento del cántico espiritual de San Juan de la Cruz cuando veía al Señor de Madrid pasear por la Villa y Corte.
Les confieso también, que a lo largo de mi experiencia cofrade, he valorado muy poco el gran tesoro que supone la imagen y la devoción de Jesús de Medinaceli para la ciudad de Madrid. Esta salida extraordinaria ha sido para mi, una bofetada llena de amor del Señor cuyo único fin era demostrarme la grandeza de lo que intento contarles.
La poesía mística de San Juan de la Cruz se hizo realidad en el centro de la capital, el Amado pasaba, trascendía y emocionaba. Sumía a la ciudad echada a la calle en un letargo repleto de sueños del que parecía no querer despertar. Madrid es mucho Madrid siempre, pero se desborda cuando Dios pasea por él.
El Amado miraba a todas y cada una de las miles de personas que abarrotaban las calles, disfrutaba alegrías y compartía llantos; todo en una tarde.
Y pasó, como dice el poeta, dejando a todos revestidos de su hermosura.
Seguro que la mayoría de ustedes, que me leen hoy, estuvieron presentes en todos los momentos especiales de aquella tarde, pero déjenme transmitirles mi visión; que ya les adelanto fue espectacular.
A las seis y cuatro minutos de la tarde, se abrían las puertas de la Catedral de la Almudena, engalanada y con el sol de la tarde; más bonita que de costumbre, si cabe.
Tomaba la plaza de la Armería el cortejo de esclavos del Nazareno, filas y tramos correctamente organizados, precedidos por su cruz de guía; y de una longitud perfecta para poder disfrutar de ellos sin que el tedio asomara en la expectación de los que nos agolpábamos allí. Si me permiten la opinión, un gran acierto la ausencia de representaciones interminables de hermandades y cofradías. Un cortejo solo para Él y sus cofrades.
El cortejo avanzando y el sonido majestuoso de las campanas de la seo madrileña, vaticinaban el momento histórico que estábamos a punto de presenciar.
Pasados pocos minutos de las seis y cuarto de la tarde, el cautivo por excelencia hacía acto de presencia en la plaza, donde le recibía una marea de corazones abiertos y dispuestos a disfrutar de Él las más de seis horas que quedaban por delante.
Sonaba Triunfal, marcha elegida de manera exquisita para sonar la primera de todas, el Amor de los amores se entregaba a Madrid, un Madrid que lo estaba esperando.
No quiero que se me olvide el detalle de las flores, flores blancas para una penitencia gloriosa, para una celebración extraordinaria; flores blancas propias de la Madre que lució el Hijo. Realmente fantástico.
Hora y media más tarde, el Nazareno llegaba a la plaza de la Villa, algo más despeinado, lo que nos privaba de contemplar su divino rostro.
Juan Peña nos deleitaba con su versión de la Saeta, y a todos los que somos de esta tierra nos ganaba nombrando a Madrid en esas partes donde no estamos acostumbrados a escucharlo.
Pero me detengo en esa llegada a la Puerta del Sol, Jesús de Nazaret conquistaba este país irradiando belleza desde su kilómetro cero.
El Señor de Madrid girando hacia la Real Casa de Correos al son de ‘Mi Amargura’ derretía las emociones de los que contemplábamos aquel espectáculo.
Y Diana Navarro, si me permiten la expresión, nos remató.
Un primer “Pare mío” en la maravillosa voz de la artista nos puso a todos el corazón a mil por hora. No tengo más palabras, sublime.
La emoción se nos vio parcialmente quebrada, un pequeño susto con el trono del Señor levantó un “ay” en los asistentes.
Lo que se vivió en Sol, fuera de sustos, pasará a la historia de la vida cofradiera de nuestra ciudad.
Destacaré, como no, ese guiño macareno; ese ‘Suspiros de España’ al abandonar la calle Alcalá.
Y la entrada en su basílica, al son, de nuevo, de ‘Triunfal’. La Lira de Pozuelo, magnífica como acostumbra, cerraba el círculo interprentando la misma marcha de la salida. Un círculo perfecto, perfecto como el Señor.
Les aporto otro detalle por si no llegaron hasta él, el himno nacional recibió al Señor en su casa interpretado por el órgano del templo. Elegante, original y realmente fantástico.
Madrid se desbordó desde la Catedral, una Catedral que debería dar cabida a más pasos y más hermandades; ojalá lea esto quien tenga que leerlo. Ojalá.
El Nazareno de Medinaceli hizo sentir a la ciudad como nunca nadie lo ha hecho.
Jesús de Madrid, Madrid de Jesús.
Ángel Ruiz.